César Vidal

Amigos de todos, enemigos de nadie

Si, como he señalado en columnas anteriores, la China actual cuenta con una extraordinaria pujanza laboral y familiar como dos de los pilares de su éxito, una parte no menos relevante en esos extraordinarios resultados le corresponde a su política exterior. China –a la que hace no tanto se retrataba como el peligro amarillo– ha logrado articular una política exterior en la que mantiene relaciones óptimas con todo el mundo y ha evitado los contenciosos por doquier. Entendamos que cuando digo con todo el mundo lo afirmo de manera literal. Los dirigentes chinos no sienten el menor malestar por negociar con Irán, Rusia o cualquier dictadura de África, Asia o América siempre que se derive un beneficio. Como, si en lugar de a Confucio y a Mao, hubieran estudiado a los padres fundadores de Estados Unidos como Washington, Adams o Jefferson, los dirigentes chinos han decidido no contraer alianzas perpetuas ni compromisos militares prolongados y, por el contrario, sí volcar sus esfuerzos exteriores en favor de las relaciones comerciales. En otras palabras, están llevando a cabo una política exterior de enorme éxito mientras que Occidente ha sumado casi dos décadas de errores en forma de dos guerras que no sólo no ha ganado, sino que se extienden sin fin, de crear una mayor inestabilidad de la que era posible pensar en el norte de África y de Oriente Próximo y de un estúpido enfrentamiento con Rusia que está causando un daño incalculable a la Unión Europea. Es posible que la política occidental sea la más adecuada, pero, si hemos de ser sinceros, no da la sensación de que hayamos convencido a nadie de nuestra superioridad moral o, puestos a ser modestos, de la bondad de nuestras intenciones. Por el contrario, este diminuto planeta es gracias a nuestras continuas equivocaciones un lugar mucho más inseguro e impredecible sin que hayamos obtenido nada positivo a cambio. China, de manera resuelta y consciente, se ha mantenido al margen de esa política. No es que haya optado por el aislacionismo – a decir verdad, la manera en que ha convertido el mar de China en un lago propio muestra todo lo contrario – es simplemente que ha decidido no jugar al juego autodestructivo de ser la primera potencia en un mundo monopolar y, por el contrario, ha asumido una diplomacia carente de prejuicios a la hora de comprar y vender. Quizá aspire ocultamente a ser un día la primera potencia. De ser así, le bastará con esperar.