Lorca

Amor de artistas

La Razón
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Es cierto que España no es un país que ame demasiado a sus artistas. En todo caso están con ellos en el momento cumbre de sus carreras, siempre con algún reparo. Cuando llega el inevitable declive, el olvido es total. Por eso hoy quiero recordar a una magnífica artista que ha fallecido este verano, un tiempo en que nadie está para duelos.

Paquita Rico, sevillana y trianera. Una de las grandes estrellas del cine español de los años 50 a los 70. Su belleza era un dogma que aceptaban hasta sus propias compañeras. La lista de las que quedaron deslumbradas por Paquita va desde Ava Gadner a Sofía Loren. Lola Flores y Carmen Sevilla compartían con la duquesa de Alba y la condesa de Romanones la misma admiración. Hizo multitud de películas, teniendo entre ellas una que es uno de los títulos míticos del cine de habla hispana: «Dónde vas Alfonso XII». En aquellos años en el cine estaba la fama y el dinero y, sí, estaba entre las divas. Trabajó mucho en teatro, en musicales hechos a su medida como aquél titulado «Una estrella para todos», una producción generosísima en medios de Cesáreo González, el mítico productor de cine. Anécdota famosa. Entre los medios que tuvo este espectáculo se encontraban, por primera vez, micrófonos inalámbricos. El día del estreno, Lola Flores entró a felicitar a la Rico: «No se puede estar más guapa ni mejor vestida, pero dime quién te ha hecho el trasplante de voz». Paquita cantaba muy bonito, pero era cierto que no tenía una gran voz. No hace falta decirles que Lola desconocía entonces algo tan importante para los musicales. Fue de las primeras que interpretó una obra de Lorca en pleno , «Bodas de sangre», dirigida por José Tamayo, uno de los mejores directores de la historia del teatro español. Con la misma elegancia que salía siempre en su vida artística y diaria, dio por terminada su larga carrera y, desde entonces, no quiso volver a salir en los medios. No sufrió «portaditis», esa enfermedad que hace que muchas estrellas se arrastren por las televisiones dejando en el camino jirones de sus pasadas glorias. Paquita, como siempre pensó –después de 50 años residiendo en Madrid–, recogió sus cosas y volvió a su Triana, donde tenía un edificio en el que vivía toda su familia. Murió en la mismísima calle San Jacinto. Entre las muchas bellas cosas que se han escrito de ella, me quedo con «ya están juntas las dos mujeres más bellas de Triana, Paquita Rico y la Esperanza trianera».