Ángela Vallvey

Ánimas

La Razón
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Me gusta la Navidad. Mucho. Siempre hay «grinchs» a quienes estos días les parecen cursis, agobiantes, empachosos. Yo, por el contrario, me torno religiosa. Devota de la vida. Mística del mundo. Creyente de la luz. No quiero decir exactamente que me suba el índice de teología en alma, que a lo mejor también, sino que me pongo espiritual, me vuelvo jorobadamente animista. Siento que todo tiene alma y que es, de alguna manera, sobrenatural (en especial, las cenas...). Me percibo como uno de esos humanos de la antigüedad que adoraban a animales sagrados pintados en el fondo de una cueva. Y, si no tengo animales cerca que venerar, me dejo subyugar por los encantamientos baratos (que diría Pascal Bruckner) de los supermercados, y le veo asomar el espíritu al espumillón, a la botella de cava brillante, a los juguetes de los niños, tan sofisticados como espectros llegados de otra dimensión. Leo a Kant en portugués porque así me resulta aún más difícil de entender, porque en esta época me gusta no entender. Y, de todas formas, me paso el resto del año sin entender prácticamente nada, así que... Antaño, veíamos «Mujercitas» en familia todos los diciembres. Hogaño, vemos «Beautiful Girls». Bueno, y quizás algún capítulo de «Orange is the New Black», por aquello de no olvidar que vivimos en la era Trump. Se me pone poética hasta la lista de la compra. Le recito a Rilke al cajero de la gasolinera, porque solo con mirarlo ya sé que le hace falta. Deseo viajar y acuden a mi mente imágenes de lugares lejanos, de la calle de al lado. Creo que todo está animado. No por las luces de neón que a regañadientes encienden los ayuntamientos, no porque la gente transite por la acera dando la impresión de que estamos ante un Apocalipsis Zombie, no porque los bares se queden sin cerveza antes de las 12 del mediodía, no porque las cenas de empresa sean más letales que un ERE, no porque los jóvenes canten villancicos que en realidad parecen culebrones narcos a ritmo de rap (si es que el rap todavía existe), no porque los guardias de tráfico hablen como un libro de autoayuda de los años 80... No. Todo está animado porque se percibe el brilli-brilli del alma de las cosas. En Navidad, siento que todo está lleno de dioses, como diría Tales. Y que hay que soñar.