Manuel Coma

Ankara contra el califato islámico

La Razón
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Turquía no se lanza contra el EI porque éste haya atacado, sino a la inversa, el EI pasa a la ofensiva contra una Turquía que ha roto las hostilidades contra él, pero el cambio se produce cuando los yihadistas están viendo agotarse su espectacular fuerza expansiva y se dedican más a parar golpes que a darlos. No es que los epígonos de los califas otomanos y los promotores del incipiente califato suní hayan estado a partir un piñón, pero debido a complicados equilibrios entre contrarios, tan frecuentes en la alambicada política de Oriente Medio, han mantenido un statu quo de relativo respeto. La prioridad de Erdogan era destronar a Al Asad, sustituyéndolo por la modalidad local de los Hermanos Musulmanes, pero sobre todo quería mantener a su país lo más a salvo posible del colindante conflicto que lo inunda de cientos de miles de refugiados. Ankara esperaba una implicación decisiva de Estados Unidos a favor de los rebeldes y la creación de un santuario en el norte de Siria, con fuerzas suficientes para bloquear el acceso del Ejército de Damasco, en donde se concentrasen los refugiados y fuesen atendidos por la comunidad internacional, sin traspasar la frontera turca. Obama el pacificador se negó y cuando se dio el meteórico ascenso del EI, Ankara toleró la utilización de su territorio como ruta de tránsito para reclutas de todas las procedencias y otros aprovisionamientos, a cambio de que la penetración en el país de estos indudables rivales islámicos no resultase demasiado agresiva. Además, estos potenciales enemigos tolerados ofrecían la ventaja de luchar contra los kurdos de Siria e Irak.

Pero las cosas cambian. La fulgurante expansión del EI lo convirtió en demasiado peligroso para demasiados enemigos. Obama lo declaró la prioridad americana en el amasijo de conflictos de Oriente Medio. Su guerra desde el aire necesita bases turcas, mucho más próximas que las del Golfo. Por fin EE UU y Turquía se entienden cuando puede considerarse que el EI, no ya como organización sino también con territorio que aspira a la estructura de un Estado, empieza a experimentar los efectos de una «sobreextensión». Aunque la coalición le ha infligido bajas considerables, los reclutas reemplazan con creces a los caídos, pero hace falta ese triple recurso que Napoleón decía que era la clave de toda guerra: dinero, dinero y dinero. Para vender petróleo y tesoros arqueológicos y recibir aprovisionamientos necesitan controlar rutas sirias, en las que están siendo cada vez más acosados. El haber conquistado un núcleo territorial no sólo los dota de una base de operaciones sino de un potente motivo propagandístico. Preservarlo es la prioridad absoluta. Ampliarlo en su periferia es más importante que recibir adhesiones por todo el mundo islámico. Cuando éstas aumentan, la dinámica nuclear se detiene y parece comenzar a retroceder. Estamos ante un cambio de tendencia.