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Ante el Upsala

La Razón
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Para acceder a los glaciares andinos es recomendable el vuelo militar a Ushuaia si, según temporada, se soporta que el Sol no se ponga. La Tierra del Fuego es escuela de insólitas experiencias. Recorrí la calle central en busca del diario local. «Me da “El fueguino”». «Hoy no ha salido». «¿Y cuando sale?». «Cuando al cajista dejen de dolerle las muelas». Debió ser un dolor pertinaz e inhabilitante porque en diez días «El fueguino» no se citó con sus lectores. Que no salga un diario es inquietante pero más perderte en el inmenso esqueleto de un bosque muerto. Una arboleda de robles blancos, de hasta 30 metros, que no ha sido abatido por el fuego o la tala, alguna peste silvícola, o los castores, sino por el abandono, erigiendo su propio cementerio en firmes troncos pelados y cenicientos. En extraña asociación el bosque muerto trae a la memoria a los nazis exiliados en La Cumbrecita, enterrados de pie para estar prestos a una convocatoria de ultratumba. Cruzando el Estrecho de Magallanes te instalas en Calafate, donde la familia Kirchner comenzó su fortuna cobrando a menesterosos morosos, centro teórico del parque de glaciares. El Upsala debe su nombre a la Universidad sueca que estudió su fallecimiento y es uno de tantos ríos de hielo en retroceso dejando al descubierto sus paredes ennegrecidas mientras su cadáver continúa encogiendo inexorablemente. Su silencio es ominoso estando ausentes los disparos y hasta cañonazos que se escuchan cuando cruje el hielo azul de los glaciares vivos. No son precisos ecologistas, biólogos, científicos o estadistas reunidos en París para entender el calentamiento global del planeta: basta cruzar un bosque muerto y sentarte en el cantil de la cuenca vacía del Upsala para que se conciten todas las controversias sobre el daño infligido a la naturaleza. Díaz-Hochleitner, presidiendo el «Club de Roma» ilustraba que la fabricación de discos compactos y la producción de frigoríficos expulsaba a la atmósfera más CO2 que todo el parque automotor europeo y que se criminalizaba al automóvil por no impedir a los chinos o a los indostánicos comprar una nevera. Quizá como en el Aleph coinciden todos los puntos, las diversas y enfrentadas teorías sobre el cambio climático converjan. Pero el negacionismo es de una ignorancia sólo al alcance de Donald Trump.