Rosetta Forner

Aprende a conducirte

La Razón
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En la escuela deberían enseñarnos a conducirnos por la vida y también por la carretera. El psicoanálisis argumenta que la gente que conduce mal y es propensa a tener accidentes –o los tiene– es debido a que tiene deseos inconscientes de morir (toda teoría siempre es cierta en algún ser humano). Sin embargo, la gente que va por la vida como si los demás no existiesen, no se conduce ni con respeto ni con sentido común. ¿Respeto? ¿Sensatez? ¿Amor a la vida? ¿Madurez emocional? Tal vez, la actitud que observamos en general, y en la carretera en particular, tenga que ver con el cómo vivimos actualmente: alguien «veloz» es sinónimo de «exitoso», creemos poder controlarlo «todo» con un mando a distancia; la cirugía estética, una medicina muy avanzada que salva vidas y hace «casi milagros», y una farmacología de alto nivel, nos ha condicionado creer que la vejez y la muerte «no existen». La tecnología «provoca» prepotencia. Asimismo, los hay que hacen catarsis al volante: «Mi coche es más potente que el otro, soy más veloz, adelanto y así me resarzo de mis frustraciones y/o de ese jefe al que no me atrevo a plantarle cara, compito en la carretera lo que no puedo en la oficina». Es primordial educar a los niños en aquello que serán los pilares básicos para vivir sus vidas: no por mucho correr se llega antes –a veces, se llega tarde o no se llega–, uno termina donde empiezan los demás, el sentido común debe ser el más común de todos los sentidos, no beber alcohol si uno va a conducir, no conducir si uno está «emocionalmente mal», cansado o somnoliento, no adelantar en cambio de rasante pues el coche es una máquina falible y el conductor «suele» calcular mal las distancias («coches y objetos están más cerca de lo que lo parecen en el retrovisor»).

Cómo conducimos es una metáfora de cómo vivimos nuestras vidas, ergo eduquemos en el amor a la vida: es un regalo divino, sólo tenemos una, es fácil perderla o estropearla en un segundo. Si te gusta la vida, aprende a conducirte.