Investigación científica

Aprender del ensayo-error

La Razón
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En la lista «Highly Cited Researchers» de la agencia Thomson Reuters, que cita a los científicos más importantes de 2016, hay 56 españoles. Estos expertos de nuestro país se dedican a 18 especialidades científicas diferentes, la más común es Medicina. Entre ellos se encuentran intelectuales como Pilar Gayán del Instituto de Carboquímica, que trabaja en la producción de energía utilizando combustibles fósiles sin emitir CO2 a la atmósfera; José Manuel García-Verdugo de la Universidad de Valencia, que trata enfermedades neurodegenerativas-alzhéimer; Hermenegildo García de la Politécnica de Valencia, que estudia cómo descontaminar el planeta a través de la fotoquímica; o Juan Bisquert de la Universidad Jaime I Castellón, que trabaja el tema de la energía solar. Talento nunca nos faltó en este país. Quizá nos sobró envidia o falta de ganas para apoyar a esos que consagran su vida a investigar y, cuyos logros, nos facilitan la vida a los demás.

Poner el talento al servicio de la ciencia requiere de capacidades especiales entre las que se cuentan la constancia, la perseverancia, y una gran dosis de resistencia a la frustración, ya que el camino del éxito está pavimentado de «fracasos» o resultados no deseados. El talento es un «regalo de los dioses» ambivalente: la felicidad que se encuentra al ofrecer éste a la misión vital, y el «precio» como sinónimo de maldición que se paga al dedicar la vida a perseguir la consecución fruto de esa misión vital.

El talento es un músculo que hay que ejercitar. Por eso, las personas talentosas nacen con una personalidad a prueba de desaliento, una fe en lo invisible rayana en el misticismo, y una rebeldía que actúa como brújula siempre apuntando a la misión vital, desoyendo cantos de sirena y conectada a la voz interior. Consecuentemente, los fracasos son, como dijo Thomas Edison, «formas de no hacer una bombilla eléctrica». El «ensayo-error» es el camino por el que transita el talento.