María José Navarro

Aquel día

La Razón
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Ayer se cumplieron veinticinco años del inicio de la Guerra de Bosnia y fue la primera que yo vi en tiempo real entre blancos. Nos habían hablado de la Civil española, de las Mundiales vividas bien cerca, pero en tiempo real no había vivido ninguna entre blancos. Ver a aquellos niños llorar, como los que nos cruzábamos por nuestras calles, fue un impacto difícil de medir. Hasta ese momento no es que no hubiera conflictos en la bolica azul, pero todos sucedían entre negros, negros y blancos, no sé, perdonen, pero cuando uno es joven es tremendamente imbécil a la hora de medir, de calcular o de ponerle perspectiva a cualquier distancia y sus consecuencias. El caso es que aquella guerra nos marcó, sobre todo, a favor de nuestras Fuerzas Armadas. Empezamos a cambiar el concepto que teníamos de nuestro Ejército, que se convirtió en un grupo de héroes con rostro, cara y nombre, sin nada que ganar, sin ningún territorio que conquistar ni recuperar. Por defender a los que más sufrían, y así siguen, y nos los guarde Dios en su café mucho tiempo. El caso es que hace pocos años, durante unas vacaciones, un grupete de amigos tuvimos el acierto de elegir gastarnos los cuartos en un viaje a Croacia, Bosnia y Serbia. Por cierto, más barato de lo que pensábamos. Después de recorrer la Costa Dálmata, absolutamente preciosa e inigualable, nos dimos cuenta de que Croacia no nos quita gran parte del turismo por el carácter de la gente allí y me explico: son tan duros, tan ásperos y tan expeditos que te intimidan. Los serbios son una fotocopia, pero con una identidad nacionalista y orgullosa que puede dar un pasmo y hasta miedo a cualquiera. Entre todo eso no te queda otra que pasar por la salida al mar que tiene Bosnia y se te cae el alma a los pies. Son unos pocos kilómetros que ni siquiera van a dar a mar abierto y que se cedió a un tercer país hace trescientos años porque las repúblicas colindantes se odiaban tanto que ni quisiera querían compartir frontera. Miren si llevan tiempo pegándose palos allí. Y, en medio de todo ese horror, entre las desigualdades, entre las heridas sin cerrar, canchas de baloncesto en cualquier risco. Son tan brillantes que te estremecen. Y todos tuvieron la culpa.