El desafío independentista

Aquella cena en casa de Roures

La Razón
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Si hay algo censurable en política es poner unas siglas al servicio de un proyecto personal. Parece ser lo que hace Ada Colau al romper el pacto municipal con el PSC. Ahora mismo, la alcaldesa de Barcelona, se ha subido definitivamente al carro independentista como una clara apuesta por liderar el frente anti-155. Está claro que Colau ha basado su ruptura con los socialistas en el intento de aprovechar el vacío que ha provocado en las filas secesionistas los encarcelamientos de Oriol Junqueras y demás miembros del Govern, la fuga de Carles Puigdemont y la merma en las capacidades de movimiento de la ANC y de Ómnium con sus presidentes en prisión.

La alcaldesa de Barcelona ha visto la oportunidad de convertirse en el rostro visible del soberanismo. Y se ha tirado de cabeza a por ella. En las horas previas a la voladura de su acuerdo de gobierno municipal no tuvo empacho en convertirse en el máximo cargo institucional catalán que abanderó la protesta en las calles para exigir la libertad de los «Jordis». La salida definitiva de Colau de su «estratégica» indefinición busca primordialmente pescar en los caladeros de ERC y la CUP. Tratando de llenar algo más su cesto de votos. Porque las encuestas, tozudas, sólo le otorgan ahora entre 12 y 14 escaños, frente a los 11 que Catalunya Sí que Es Pot obtuvo en 2015. Dadas las circunstancias, Colau y los suyos creen, o, mejor dicho, se esfuerzan por creer que en lo que resta hasta la cita con las urnas van a provocar un «vuelco heroico». Las cuentas de la lechera. Sí. De hecho, manejan sondeos que les dan entre 20 y 25 parlamentarios. Eso me cuentan fuentes solventes. Tales datos suenan más a castillos en el aire que a algo real. Cierto. Pero, sobre todo, evidencian que la candidatura liderada por Xavier Domènech no es capaz de disputar el triunfo a ERC. Y ese fue el objetivo con el que Colau creó Catalunya en Comú.

De poco sirve ya a la alcaldesa de Barcelona regatear sobre qué votó en la farsa de consulta interna sobre la ruptura del acuerdo o negar su cercanía a los independentistas. Al final, llega un momento en que esas cuestiones pierden valor ante la fuerza de los hechos. Porque, ella misma, una y otra vez, con sus actos, ha tronchado su calculada ambigüedad. «Somos coherentes –proclamó – ni DUI ni el 155». O es de día o es de noche. Las dos cosas no pueden ser a la vez. Ada Colau no puede intentar mantenerse más con los pies a un lado y otro del despeñadero. Tampoco seguir haciendo cálculos para después del 21-D. Ya ha elegido. Lo hizo en el instante en que consideró «legítimo» al expresident Puigdemont. Ha optado por colocarse del lado secesionista en la construcción de su imagen fuera de los muros del Ayuntamiento. Un consistorio al que ha dejado a la intemperie. Claro. Y se aleja a todas luces del llamado constitucionalismo para poner rumbo a un rocambolesco acuerdo con ERC. ¿Recuerdan la cena este verano en casa de Jaume Roures de Pablo Iglesias, Xavi Domènech y Oriol Junqueras? Al final, debieron hablar de algo más que de fútbol.

De aquellos polvos estos barros. Porque, la obcecación de Colau con el independentismo es directamente proporcional a la que ha llevado a Pablo Iglesias a una situación imposible. Sea para construir el discurso de un partido nacional o para buscar un entendimiento de Gobierno o de Legislatura con Pedro Sánchez. De hecho, como no ande listo, puede arrastrar a la formación morada por un agujero negro.