Alfonso Ussía

Árbol herido

Se destacan los graves errores de Esperanza Aguirre. Es de justicia hacerlo si se añaden a esos graves errores los gravísimos cometidos por Mariano Rajoy, que no puede irse de rositas. El árbol del PP se mantiene en pie, pero malherido.

Esperanza Aguirre no estuvo acertada cuando decidió abandonar la presidencia de la Comunidad de Madrid. Tampoco supo explicarlo. Que si una riña con Rajoy, que si unos desencuentros en las alturas... Los votantes no entienden de esas fruslerías domésticas. Ellos votaron masivamente a Esperanza, y sus votos no fueron respetados por la receptora de sus confianzas. Para colmo, no fue un abandono sincero. Se deshizo de sus responsabilidades en la Comunidad de Madrid manteniéndose en la presidencia del Partido Popular madrileño. Y ahí intrigó, denunció, se desdijo, presionó, negoció y mantuvo con Rajoy un extraño combate que nadie había organizado, excepto ellos mismos. En su campaña electoral ha ido sobrada, como si siguiera siendo la candidata por definición, triunfadora e intocable. Y ha superado en un solo concejal a un personaje desconocido por la mayoría y con una trayectoria siniestra que no han olvidado los que tienen memoria. Ahora, todo su carácter y temperamento mal administrados en este último tramo de su brillante carrera política los tendrá que utilizar desde el escaño de la Oposición que esperaba otro trasero, no el suyo. El suyo lo tenía prácticamente asegurado y no lo ha confirmado por sus errores.

Pero el gran responsable de la abstención y fuga de votos que ha experimentado el Partido Popular en toda España, es Rajoy. Amparado en la economía se ha creído que el pueblo vota con impulsos macroeconómicos. España se ha recuperado de la quiebra, pero ha sido a costa de los españoles, que han sido triturados por un sistema policial y fiscal deleznable, chulesco e injusto que ha masacrado a la clase media de nuestro país.

La política en sí, la comunicación, la cordialidad social, la capacidad de transmitir han brillado por su ausencia, y sobre todo, la cobardía ante la corrupción propia y la falta de reacción contra las provocaciones separatistas, nos han dibujado a un presidente del Gobierno de lamentable fragilidad. Ha quemado a un grupo de buenos y dignos ministros en beneficio de otros colaboradores absolutamente inaceptables. El Estado, como administrador de España, sigue escandalosamente sobrado de asesores personales cuyo único mérito para ocupar esos cargos de confianza ha sido su vocación de enchufes. Y ha elegido a una gris y extendida mediocridad para el segundo plano del poder tan decepcionante como insulsa. Muchos españoles estamos de acuerdo en la brillante gestión económica y aplaudimos la recuperación del prestigio como sociedad cumplidora más allá de nuestras fronteras, pero la economía tiene que ir acompañada de la gestión política para convencer a la ciudadanía. Y Mariano Rajoy perdió una buena parte de su valor cuando, a la vista de los numerosos casos de corrupción cocinados en las sombras del Partido Popular, eligió el tembleque a la firmeza, la componenda a la verdad y la indolencia a la contundencia. Ya sabemos que a pesar de todo, el Estado, ha ahorrado más de veinte mil millones de euros en gastos innecesarios. ¿Lo han sabido explicar? No.

Esperanza Aguirre ha cometido graves errores, y Mariano Rajoy supera en la responsabilidad de la herida a la candidata a la Alcaldía de Madrid. El PP ha desaparecido de Cataluña por la culpa del dedo de Rajoy, no de Aguirre. Del País Vasco, por culpa del dedo de Rajoy, no de Aguirre. Y el dedo de Rajoy, que no el de Aguirre –Cristina Cifuentes ha demostrado, por el contrario, su nervio y fortaleza–, es el responsable de mantener a un portavoz que después de las heridas del pasado domingo es capaz de decir la tontería que sigue: «Hemos ganado las elecciones. España va en la buena dirección».

Este personaje tan divertido y decididamente gracioso se llama Carlos Floriano.

Es decir, que el PP ha ganado, que aquí no ha pasado nada, que no se han perdido los gobiernos autonómicos y centenares de ayuntamientos, y que España va en la buena dirección.

Es entonces cuando lo entendemos todo.