Rosetta Forner

Arde el alma

La Razón
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«Cuando el bosque se quema, algo tuyo se quema», era el eslogan de una campaña publicitaria. El incendio actual es de tal magnitud y alcance, que aunque el bosque nos quede lejos, nada de lo humano nos puede ser ajeno. Cada uno de nosotros podríamos ser una de esas personas que ha fallecido, o podríamos ser de los que tienen casa, ganado y familia en esos lugares comidos por el fuego. Incendios provocados –según parece– por personas salidas del mismísimo infierno, incluido el propio averno. ¿Acaso carecen de alma o de sentido humano? Las imágenes son estremecedoras. De ser posible, les encerraría en una sala hermética y les haría visionar esas imágenes hasta que les creciera alma o algo similar. La versión terrícola de Caín contra Abel la vemos constantemente. Empero, afortunadamente, existen ángeles humanos que abren sus alas, aun a riesgo de socarrárselas, para socorrer a un semejante. Mientras todo va «bien», la mayor parte de los seres humanos van cada uno a lo suyo, pero cuando ocurre una catástrofe, se separan las aguas, y a un lado quedan esos a los que no se les mueve nada –¿estarán hechos de piedra pómez?–, y al otro, aquellos cuya generosidad les lleva a desprenderse incluso de la camiseta que llevan, en este caso, para formar cadenas humanas y pasarse cubos llenos de agua con los que sofocar el fuego llama a llama. La empatía es la capacidad que obra este tipo de milagro en nosotros los humanos. La empatía es lo que nos coloca automáticamente, sin pensar, en el lugar del otro. Tengo para mí que la empatía es hija de la bondad. El fuego nos da vida, pero también la quita. Es la dualidad de la vida humana: el bien y el mal. Quizás porque aún tenemos alma, hay menos mal que bien en el mundo. Si lo exterior es una metáfora de la psique, ¿qué nos está pasando? Reguemos con lluvia de paz el alma.