Alfonso Ussía

Augusta

La Razón
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Nadie ha superado a P.G. Wodehouse escribiendo de golf. En muchas de sus novelas el golf aparece como un invitado efímero, pero en «Dieciocho Agujeros» y «El Éxito de Cuthbert», el golf es el gran protagonista. Churchill fue un mal golfista, y prueba de ello es la opinión que tenía de tan difícil deporte: «El golf es un juego cuyo fin es colar una bola muy pequeña en un agujero aún más pequeño, usando herramientas singularmente mal diseñadas para éste propósito». En cambio, el jugador Lee Treviño, triunfador y simpático, contradice a Churchill: «El golf es lo más divertido que se puede hacer con la ropa puesta», si bien a Mark Twain el golf se le antojaba «un buen paseo estropeado».

El golf es un deporte que engancha y enriquece. Quizá el más difícil de dominar. El progresismo odia al golf por ser éste un creador de riqueza. Por otra parte, nada hay más ecológico y conservador de la naturaleza que un campo de golf. Después de haberme declarado públicamente defensor a ultranza de la caza y los toros considero oportuno reconocer mi amor al golf para ser odiado definitivamente por los amantes de la miseria. No fui buen jugador. El golf y mi temperamento no congeniaron, pero recuerdo entre nieblas haber ganado a cinco golfistas de muy especial calidad y tronío: Alfonso López –Pelegrín, Daniel García –Pita, el conde de Labarces, Ignacio Contreras y Carlos Ruiz de Velasco. Afortunadamente para ellos, me retiré.

Con mi inolvidado amigo Carlos Domecq, pasé centenares de horas viendo por televisión los grandes premios, los «Major», «The Players» y la «Ryder Cup». Carlos era un enamorado del golf. Y sufrimos con Sergio García. Sufrimos con su final en el «British», su desmoralización en el «Master» y también disfrutamos con sus triunfos. Le faltaba ganar un «Major», y al fin lo ha conseguido en el campo más difícil y mejor cuidado del mundo. Hoy pienso en Carlos, y me siento feliz.

Sergio García, como Chema Olazábal, es heredero del inconmensurable Seve Ballesteros, el genio de Pedreña que enamoró al mundo con su juego. Triunfó en dos «Masters» y tres «British», y fue el alma de Europa en la Ryder, que consiguió traer a España y se disputó en Valderrama. España, con un número de licencias creciente pero aún modesto, tiene a cinco o seis golfistas entre los primeros del mundo, con Sergio a la cabeza. Y en el golf femenino, por ahí juegan y vencen nuestras Azaharas, Carlotas y maravillosas compañeras. Mi golfista preferida ha sido Cristina Marsans, que por otra parte, es mi prima del alma.

El golf, además de prodigioso, es una cabronada. Gana la técnica, siempre que ésta se someta a la fuerza mental. Sergio tenía la primera, pero desde su «putt» fallido en el «British» del 2007, siempre figurando entre los primeros quince jugadores del mundo, tenía la obsesión del «Major» para culminar su impresionante carrera. Todavía me estoy recuperando de los nervios, los saltos, los gritos,los sustos, los pesimismos, los optimismos y la definitiva algarabía del desempate en Augusta. Y me emocionó el cariño y el entusiasmo del público americano, que optó sin disimulo por apoyar a nuestro campeón. Un campeón, que con independencia del golf, es madridista acérrimo, como Rafa Nadal, como Fernando Alonso, como Plácido Domingo, como Alfredo Pérez de Rubalcaba y como el autor de este texto tan bien trenzado. La única sombra, esa coincidencia del triunfo de un gran español con el inesperado fallecimiento de una gran española, la catalana y ex ministra de Defensa Carmen Chacón, con quien mantuve una cordialísima relación y cuya muerte me ha entristecido profundamente.

Ya tenemos a Sergio en el lugar que le correspondía. A partir de ahora, si un día le entra la pájara, que le entre. Pero auguro que será al revés. Ya se han desvanecido sus tinieblas y desde el pasado domingo, todo lo verá más claro. Tenemos campeón para rato. Jack Nicklaus había superado los cincuenta años cuando triunfó en su último «Major», y Sergio está inmerso en la edad perfecta para crecer aún más, si ello es posible.

Lo único que le pedimos, y fervorosamente, es que se vista un poco mejor. Y esto último no es que sea posible, es que requiere una reflexión textil urgente.

En nombre de todos los españoles que celebran el triunfo del individualismo sobre el aburrimiento de la masa y eso que llaman «Los colectivos», en nombre de los que valoramos el esfuerzo, el trabajo y la calidad del hombre ante la dificultad y la soledad, alzo mi copa y brindo por Sergio García, el español que conquistó Augusta.