El desafío independentista

Bajo vientre

La Razón
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Los independentistas han construido una realidad virtual en la que han conseguido que el agresor aparezca como víctima frente a la opresión del Estado.

No es una construcción racional, todo lo contrario, está basada en sentimientos. Sin embargo, no siempre surgen de manera espontánea, se pueden incentivar y promover de manera artificial y sintetizarse como si se tratase de un producto de laboratorio. Unas imágenes adecuadas, la elaboración de un relato y el bombardeo en medios de comunicación controlados, el resto llega por sí mismo.

Cuando se escuchan los argumentos que esgrimen no solo los políticos nacionalistas, sino también ciudadanos catalanes en favor de la independencia se comprueba que el conflicto anida en el corazón y no en la cabeza de la gente.

Repiten insistentemente todo el argumentario, que gira en torno a dos ideas sencillas, pero eficaces: “El Estado nos agrede porque España no nos quiere” y “Cataluña sostiene económicamente al resto de España”. Con estas premisas, la conclusión es inmediata: “con la independencia estaremos mejor”.

Se echa en falta la Cataluña seny, la pactista y pragmática que ha sido anulada por la de los impulsos y las emociones. Se apela al desafecto y a la independencia como salida a todos los males de los que adolece la sociedad catalana, males, que tienen su causa en el maltrato que el “opresor” Estado español ha dado durante décadas al pueblo catalán.

Los separatistas prometen un paraíso si logran la independencia, pero no explican cómo lo gobernarán. No indican cómo, estando fuera de la zona euro, pagarían su deuda pública, hoy calificada como bonos basura por los inversores.

Aunque los economistas saben que eso provocaría que los funcionarios no cobrarían su sueldo en unos pocos días y la actividad económica caería hasta niveles alarmantes, a los nacionalistas no les preocupa porque ellos lo resolverían en unas pocas horas y la solución es tan sencilla que obvian tener que decirlo públicamente.

También el Estado español podría plantearse no pagar las pensiones en Cataluña y, ante eso, acudirían a la justicia española, porque al poder judicial del malvado Estado hay que acudir cuando interese y desobedecerlo cuando se estime oportuno.

Y lo más importante, dejaría de haber corrupción en la Cataluña independiente, porque ha quedado demostrado que los nacionalistas no han cometido ningún atropello con el erario público, lo del 3% era una chiquillada y la familia Pujol supo gestionar muy bien las herencias de sus ascendientes.

Además, Cataluña sería libre por fin, porque el Estado de Derecho y la democracia que gobierna España desde 1978 se quedó en Aragón y nunca llegó a traspasar Lleida y Tarragona. Y para que quede claro que todo lo español es malo, seguramente no faltaría algún independentista que redujese los idiomas enseñados en la escuela a dos: catalán e inglés, porque, como todo el mundo sabe, el castellano es una lengua que no habla casi nadie en el mundo y, por tanto, innecesaria.

La desconexión no sería absoluta, habría que negociar con España que el Barça jugase la liga española, una liga extranjera pero que les gusta ganarla.

Todo parecería una broma de mal gusto si no fuera porque ya han anunciado que en unos días declararán la independencia. Ante eso, el Estado de Derecho tendrá que responder aplicando el ya famoso artículo 155 de la Constitución.

Las emociones y sentimientos volverán a subir de tono, pero después bajará la tensión, todas las aguas hirviendo acaban por enfriarse.

Habrá que estar preparados, pero, eso sí, con poco que negociar, porque no se puede premiar al que delinque, ni al que hace estallar por los aires el orden constitucional que tantos siglos de guerra y enfrentamiento le ha costado a este país, España.