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Ángela Vallvey

Banal

La Razón
La RazónLa Razón

Comentando la conducta incívica de un joven, otra persona la justificó con una firme convicción que me resultó agresiva por entusiasta. Vivimos en un mundo de fieras, vino a decir el individuo en cuestión, y hay que ser idiota para no sacar las garras. Incluso cuando eso signifique hacer daño a un inocente... El comentario, la actitud, me dejó estupefacta. No tuve fuerzas para discutir con una persona que mantenía una postura de tal catadura. No hubiese podido convencerla jamás, igualmente, porque tenía una creencia inconmovible en lo que decía, y tratar de cambiar la manera de pensar de un sujeto con una fe ardorosa es como intentar convertir a un integrista religioso que ya profesa un credo: el resto de las doctrinas siempre le parecerán herejías. Me impactó este asunto porque no estoy acostumbrada a discutir con personas capaces de justificar actos inmorales o delictivos, por lo menos en público. Me pareció un inquietante signo de los tiempos. No sé si este tipo de maneras, orgullosamente inmorales (¡), se debe a que hemos sido bombardeados con imágenes y ejemplos violentos, degradantes, deshonestos... hasta conseguir que no nos conmuevan, que parezcan lógicos, habituales, comprensibles. No sé si es una realidad constatable o una simple percepción personal, pero creo que la trivialización de la violencia, la obscenidad y la rudeza, está despertando psicopatías personales inéditas, estimulando la crueldad, la zafiedad y la brutalidad social como fenómenos normalizados, asumidos por la mayoría de una sociedad que no hace aspavientos ante casi nada, que se escandaliza por cuestiones de trato, pero digiere y tolera plácidamente las más horribles muestras de ignominia: acerbos crímenes, hechos groseros, mala educación que roza la calificación penal, sucesos inciviles..., actos que no hace mucho hubiesen perturbado de manera profunda a la colectividad, hoy se sobrellevan con una naturalidad que resulta casi tan espantosa como el hecho despiadado cuya condena se omite (así que, parece que se acepta...) Irónicamente, esto ocurre en los tiempos de lo social y políticamente correcto. Después de la Segunda Guerra Mundial y el pensamiento de Hannah Arendt; en la era de la posverdad. Es posible que se deba a que hoy casi todo contorno es borroso, incluso el cuerpo (el individual y el social). Las líneas rojas intraspasables que antaño marcaban la frontera entre lo permitido y lo intolerable, cada vez son más tenues y vaporosas. La moral, también (y, además, ha pasado de moda).