Historia

Ángela Vallvey

Bananas

La Razón
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Hay que aprender del pasado. El historiador Enric Ucelay-Da Cal, que ha estudiado a fondo el nacionalismo español y el catalán, afirmaba hace años que la tradición política española ha atribuido a la «espontaneidad» el ser una eximente moral de la violencia. Mientras que los contrarios nos parecen conspiradores, traidores y maquinadores, a nuestros afines los exculpamos porque actúan bajo «un impulso natural, un levantamiento...»; tradicionalmente se repudia la violencia del «enemigo» político, pero no la propia. De este modo, cada facción política se considera martirizada por una situación injusta, hasta que llega el día en que explota de furia «porque ya no puede más». Esa violencia propia estaría auto-justificada al ser vista como una reacción ante el oprobio y la opresión. El franquismo, explica Ucelay-Da Cal, se aprovechó de esta visión, tan arraigada en el imaginario histórico español, para justificar su alzamiento, presentando a la República como una farsa legal. Los argumentos de la «social history» marxista de Hobsbawn y Rudé también hablaban de las pulsiones espontáneas dentro de los procesos revolucionarios. Así, el historiador cree que mucha de la violencia de la Segunda República española tuvo un fuerte componente impulsivo, si bien las presiones armadas fueron muy conscientemente calculadas, planeadas. Tanto las derechas como las izquierdas, en aquel tiempo, se vieron seducidas por la tentación de recurrir a una violencia que creían justificada. Además, apelaban a los conceptos «pueblo» y «nación», con maneras populistas. El intento de revolución estaba a la orden del día, en el sentido clásico de «tentativa de cambio de gobierno». Dice Ucelay-Da Cal que esa tendencia hacía que a los ingleses, alemanes y norteamericanos de la época, les resultara difícil diferenciar la política española de una «revoltosa república bananera». Tan inestable era la situación que, cuando en 1931 se logró pasar de forma pacífica de una Monarquía a una República, todos se congratularon. Herederos de la Restauración, un periodo en que los gobiernos se formaban por claras mayorías, los políticos –y los ciudadanos– entre 1931 y 1936 empezaron a mostrar auténtico desprecio por los resultados electorales cuando no otorgaban claras victorias a un bando. Del siglo XIX a 1923, la estabilidad política se garantizaba por el «turno» parlamentario entre dos grandes partidos. Luego, ese sistema de bandos se hundió porque no supieron adaptarse a la democracia. La consecuencia fue la guerra civil. Y es que la democracia no es un mero título, sino un largo aprendizaje histórico.