Rosetta Forner

Bienvenidos al polo

La Razón
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En invierno, toca frío, sin éste los árboles no hibernan lo cual supone que no podrán hacer su particular «introspección» El frío conserva, permite adentrarse en los laberintos del inconsciente ya que invita a la meditación, a estar en casa junto al fuego, a disfrutar de la vida familiar o de la compañía de un buen libro.

El frío es agradable cuando permanece afuera guardando el jardín, y el fuego del hogar queda a buen resguardo de su tiritona. Si uno tiene un iglú por casa, y le arropan pieles que un animal cedió para su protección y supervivencia, el frío polar, al ser un conocido al que se tutea por aquello de la costumbre, puede incluso ser «agradable». Empero, para esas personas no están acostumbradas a temperaturas gélidas y que carecen de un buen fuego en el que ahuyentar el fantasma del frío que congela las entrañas, el frío puede ser sinónimo de muerte. Morir congelado no debe ser nada agradable. Tiritar hasta que los dientes se rompan, tampoco debe ser una vivencia agradable. Los sin techo, los pobres, los refugiados... son semejantes humanos. Para ellos el frío pierde toda poesía y se convierte en «monstruo». Qué diferente son las cosas dependiendo de la situación personal de cada uno: mientras unos esquían por nevadas laderas, compartiendo risas y anécdotas al calor de un buen fuego con una copa en la mano. Para otros, la nieve puede significar una sepultura de hielo eterno. La humanidad ha sabido fluir con los ciclos de la Tierra. De no haberlo sabido, no existiríamos ya sobre la misma. Quizá ahora somos un poco quejicas y estamos deshabituados a fluir con las diferentes vicisitudes que nos presenta la naturaleza. Haríamos bien en aprender a sobrevivir en todo tipo de circunstancias pues nunca se sabe qué nos deparará la vida. Y, mientras tanto, seamos compasivos y compartamos dando asilo, comida y calor de hogar al que lo necesite. El lugar donde jamás debería entrar el frío es el corazón.