José María Marco

Bipartidismo: nueva oportunidad

El principio de la crisis del bipartidismo arrancó con las políticas radicales de Rodríguez Zapatero que estuvieron a punto de acabar con las raíces del consenso constitucional en el que se basa la democracia liberal de nuestro país. La crisis económica empeoró las cosas. El gasto sin control, primero, y luego la aplicación de una política exactamente contraria a partir de mayo de 2010, por no hablar del apoyo al 15-M en las semanas de la Puerta del Sol madrileña, culminaron el trabajo. El PSOE se había convertido en un partido imprevisible, al borde del grupo antisistema, que ni aglutinaba a una izquierda centrada ni podía servir de referencia al conjunto del centro izquierda.

La consecuencia fue un apoyo masivo al PP en las dos elecciones sucesivas de 2011. Desde entonces, los dos grandes partidos se han enfrentado a situaciones muy distintas. El PP ha tenido que sostener solo el sistema entero, con una defensa simultánea de las políticas de austeridad y consolidación fiscal, por un lado, y de preservación de los servicios sociales y del Estado de bienestar, por otro. El PSOE, del que se podía haber esperado que volviese a la sensatez constitucional, se retranqueó en la oposición demagógica y en el slogan de la fundación de una nueva España (federal) vía el trágala de la reforma constitucional. Hubo oportunidades de volver al pacto y al consenso. Se aprovecharon con el relevo en la Corona, pero no en una reforma electoral. Así que el PSOE recoge hoy los frutos de una política: no rentabiliza la oposición al PP y tiene que compartir el espacio de la izquierda con un partido antisistema de verdad, como es Podemos. En algunos casos, incluso, le abandona el primer puesto.

El PP también sufre un serio castigo. Comparativamente, mayor que el del PSOE, aunque el sentido no sea el mismo. Allí donde el PSOE no consigue rentabilizar la crisis, el PP no consigue tampoco rentabilizar los excelentes resultados de su política económica. Aun así, el porcentaje de votos es suficiente para afirmar que el PP no ha perdido su lugar central en la vida política y sigue siendo la fuerza más votada en casi todas las Comunidades en las que ha venido gobernando. A diferencia de lo ocurrido en la izquierda, en el centro derecha no surge ningún partido populista de extrema derecha capaz de poner en riesgo la hegemonía del PP. En cambio, el PP se enfrenta a un problema nuevo, que es el surgimiento de Ciudadanos, un partido de centro, probablemente más de centro izquierda que de centro derecha, que no plantea una alternativa seria, pero sí permite entender muy bien cuáles son los puntos en los que el PP podría rectificar, probablemente sin demasiadas dificultades: mayor comunicación, mayor transparencia y una forma distinta de afrontar la política contra la corrupción.

La llamada crisis del bipartidismo, en consecuencia, no afecta del mismo modo a los dos grandes partidos. Tampoco acaba con el propio bipartidismo. Los electores han dado a nuestro viejo y conocido sistema, que tantos se han empeñado en destruir, una nueva oportunidad. En una democracia con un partido de izquierdas socialdemócrata, de inspiración y ambición nacional, sin los resabios radicales del PSOE, el resultado de estas elecciones llevaría a la coalición de los dos grandes frente a los avances de las organizaciones antisistema, llámense Guanyem, Podemos o Ganemos Madrid. No ocurrirá así, por desgracia, porque el PSOE es incapaz de imaginar una posición centrista, en competencia leal con un adversario como el Partido Popular. No deja de ser una posibilidad que las elecciones han abierto, y los dos grandes partidos deberían hacer un esfuerzo al menos para explorarla. A pesar de los riesgos, y pasado el primer momento de escándalo, es seguro que devolvería a la vida política la seriedad que los electores siguen solicitando de sus representantes.

La alternativa que queda a alguna forma de entendimiento entre los dos grandes –que siguen siéndolo- va a ser un PSOE negociando con los populistas bolivarianos y tal vez apoyándolos, como tal vez ocurra en Madrid, y una tentación difícil de resistir a formar coaliciones de perdedores y a reeditar alguna forma de cordón sanitario. Esto le puede costar al PSOE muy caro en las elecciones generales. Aplicar políticas que dificulten el crecimiento, como son las que la izquierda lleva proponiendo desde 2012, no le va a facilitar las cosas dentro de unos meses. Además, también se abre un período en el que los partidos sin posibilidad de ganar tendrán la oportunidad de influir de forma desproporcionada a su influencia en la sociedad. Lo que se llama alegremente diálogo y pacto, transparencia y nueva política será transfuguismo, opacidad y mucha más política –política partidista, sin el menor paliativo- de la que ha habido hasta ahora. Los italianos, especialistas en los equilibrios en el borde mismo de la precariedad, han decidido hacer reformas que garanticen la estabilidad. Nosotros, que hemos tenido un sistema estable y estamos saliendo de la crisis creciendo como nadie lo está haciendo en la eurozona, nos encaminamos a la inestabilidad.

Si los resultados de ciudades como Barcelona y Madrid se toman como indicación de la tendencia hacia la que se dirige la vida política española, se puede afirmar con seguridad que lo que viene no sólo es una inestabilidad como nunca se había conocido en España, sino el final de la recuperación tal como la llevamos viviendo. En resumen, el bipartidismo, aunque tocado, resiste. Resiste el Partido Popular, a pesar de la gestión de la crisis, aunque a partir de ahora dependerá para gobernar de un partido recién formado, sin cuadros y sin ideología, como es Ciudadanos. El PSOE, que no desaparece ante el avance de los alternativos bolivarianos, sale seriamente perjudicado por su propia incapacidad para presentar una alternativa seria y creíble al PP. Los pasos que seguramente dará a partir de ahora le llevarán a perder más terreno del que ha perdido hasta hoy.