Globos de Oro

Boabdil Trump

La Razón
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La cosa ha sido un poco como sigue. Meryl Streep recibió el domingo noche el premio Cecil B. DeMille durante los Globos de Oro. Aprovechó su discurso para arrearle a Donald Trump y, de paso, alertar sobre la importancia de proteger la rara flor del periodismo en los tiempos del cólera. Trump, como es habitual, ya ha contestado. Trump responde a todas a horas y a todo al que le nombra. A mí no, claro: escribo en el idioma de los que supuestamente pagarán el muro. Pero no desfallezco. A Trump, de hecho, sólo le interesa Trump y cuanto caiga dentro del contorno de su sombra. ¿Ustedes imaginan a Mariano Rajoy poniendo a parir en Twitter al último humorista que le haya parodiado? En el último año, el presidente electo ha insultado, entre otros, a Alec Baldwin, Samuel L. Jackson, Whoopi Goldberg, Neil Young y John Oliver. También a una docena de organizaciones y otra de países, a montones de periodistas y periódicos, radios y cadenas de televisión, empresarios y, por supuesto, a todos los políticos que no le jalean el ego. De la Streep ha dicho, ay, que «es una actriz sobrevalorada». El comentario, si respondemos sobrios, tiene su aquel. Hablamos de una de las protagonistas de «El cazador», «La decisión de Sofía», «El teniente francés» y «Los puentes de Madison». Sólo por cómo se quitaba los guantes de fregar en «Las horas» ya merecía la pena el precio de admisión al cine. Da igual. Si usted me contradice yo respondo «ad hominem». Aquí no discutimos ni contraponemos ideas. Aquí desollamos, confundimos las conversaciones con una declaración de guerra y hacemos del rival un enemigo al que atizar vivo o muerto. Los cazadores de cabezas como Donald Trump amanecen dispuestos a cobrarse unos cuantos trofeos al día. Acostumbran a ponerse muy sentimentales si alguien les tose. Reservan la compasión para sí mismos y dividen el mundo entre sus psicofantes y el resto. Dejo para el final, que es el principio, a quienes crean que no es para tanto que un presidente inaugure varias guerras tribales al minuto y, de paso, encuentre tiempo para reinar en las pocilgas de las redes sociales. A ese responder en tiempo real a través de Twitter algunos lo llamarán democracia directa. Comparte con la bicha la propensión a ignorar aduanas, desestimar intermediarios, priorizar el mensaje directo del líder y someter a referéndum sus continuas ocurrencias. Añadan otro vicio, el de mandar callar a una señora por el mero hecho de dedicarse a la profesión actoral y/o tener pasta, como si unos gremios tuvieran más derecho que otros a ejercer como ciudadanos pensantes, y ya podemos degustar en todo su esplendor el evangelio macarra de quienes sólo admiten la réplica del aplauso y la humillada contestación de la reverencia. Adolescentes perpetuos, cobardes que dudan de sus propias ideas e, incapaces de pelear por ellas, ensayan pucheros Boabdil de cantina en cantina. Es que mamá no me quiere y, ¿sabe usted?, suspendí porque el maestro me tiene manía. Nivel.