Política

Lucas Haurie

Bronca mola más

La Razón
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Existen notables diferencias entre decir «abroncar» y decir «debatir», igual que entre hablar de «persuasión» y hablar de «imposición». O quizá no tantas. Al menos, no siempre. Albert Rivera y Juan Marín llevan semanas en permanente contacto, y es notorio que el candidato andaluz de Ciudadanos cambió bruscamente de opinión en las horas previas al debate de investidura (fallida) de Susana Díaz. ¿Lo abroncó el presidente nacional del partido para imponerle el «no» donde se pronosticaba una abstención? ¿Debatieron cada uno desde una postura inicial hasta terminar él persuadido? Eso sólo pueden saberlo los dos interesados, aunque resulte evidente que Marín persiste en su proclividad a pactar con los socialistas como pactó en el ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda, su localidad natal, y que Rivera considera un suicidio facilitar la permanencia del PSOE en la Junta antes de las municipales... e incluso después. Porque, además, para que Díaz fuese presidenta en la segunda votación no bastaría la abstención de Ciudadanos, sino que sus nueve diputados deberían dar el «sí» si, como parece claro, PP y Podemos mantienen su sufragio negativo. Dicho lo cual, adviértase que la versión «bronca e imposición» prevalecerá sobre «debate y persuasión».

Conviene, en efecto, a la mayoría de los actores proyectar la imagen de un Albert Rivera planchando a grito limpio a su barón andaluz. A todos, excepto a Juan Marín, que queda retratado como el franquiciado de pueblo a quien mister McDonald en persona le afea la decoración de su restaurante. El presidente del partido consolida con el suceso un liderato indiscutible: nada que ver con Sánchez y su relación tormentosa con Díaz ni con Pablo Iglesias y la jaula de grillos en que se ha convertido Podemos. Pero también los detractores de Ciudadanos hallarán argumentos de toda laya para socavar a la formación emergente. El cimbreo de Marín sirve al PP para señalar que, aunque disimulen hasta las municipales, todos los partidos son hipotéticas muletas del régimen andaluz y que sólo votar a los populares traerá algún día el cambio. Según el PSOE y sus muchos terminales mediáticos, la irrupción de Rivera para romper la baraja de la gobernabilidad demuestra que se trata de un peón de la derecha, la encarnación de una segunda marca donde se refugian ciertos votantes conservadores, el hombre malo que ha impedido a su candidato regional «arrimar el hombro» (es la expresión más manoseada esta semana) para sacar a Andalucía de la parálisis. Olvidan que ésta ha sido provocada por un adelanto electoral caprichoso e interesado.