Cataluña

Cachondeo

La Razón
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Primero fue Mas y ahora Puigdemont. No hay semana sin cachondo mental de visita en Harvard. La vieja universidad, emblema de la Ivy League, anda muy preocupada con dar carrete al golpismo en España. Otro gallito cantaría si se tratara de los separatistas texanos, a los que consideran, justamente, como una turba de psicóticos. Claro que merece la pena contextualizar. Son charlas fomentadas por el aparato de propaganda, que lleva años financiado con dinero de todos los españoles para mejor propulsar la deriva anticonstitucional de los sucesivos gobiernos autonómicos en Cataluña. Acostumbra a asistir una mayoría de estudiantes españoles, catalanes, para ejercer de claque, y por regla general faltan asistentes no coaptados por el proceso, capaces durante el turno de preguntas de cuestionar la aluminosis de una retórica desvergonzada. Mas, un suponer, en plan Simón Bolívar en Columbia, ebrio de ego y dándose vivas en pleno delirio que le llevó a compararse, sin excesiva sutileza, con Martin Luther King Jr. O ahora Puigdemont, el Interino, que difama a los españoles y a España mientras habla de un ejército fascistoide capaz de apuntar los tanques contra los ciudadanos. Como si en EEUU no hubieran librado una guerra contra los secesionistas del Sur, tan partidarios de la esclavitud como necesitados del dinero que fluía desde el Norte. Escuchar sus alocuciones te sitúa en un punto intermedio del Club de la Comedia y la Posverdad de nuestras entretelas. Nadie menciona la salida inevitable de la UE. Nadie cuestiona que la autonomía subsiste entubada al Ministerio de Hacienda. Nadie comenta la xenofobia radical que late en el corazón del proyecto, el delirio de proyectar un referéndum que cercena el derecho de todos los españoles a decidir el futuro de su nación, la escandalosa evidencia de que ni siquiera cuentan con el respaldo del 50% de la población catalana, el desprestigio soez al que someten al Tribunal Constitucional y, de forma más general, su profundo desprecio por la separación de poderes cada vez que aluden a la poda sistemática a la que fue sometido aquel Estatuto impresentable. Nadie les recuerda, en fin, que el «España nos roba» sirve como grito homologado para todos los vecinos ricos que un día, con flagrante olvido de la ley y la decencia, cosifican al pobre para enviarlo de un puntapié al mar, la mar, por el ojo de buey. Nadie, ay, que en Alemania no se calcula la famosa balanza. Cada uno de sus argumentos oscila entre la peste nacionalista, que alfombró Europa de muertos, la sentimentalidad como alternativa a la razón y el cachondeo del truhán orgulloso de sus bien meditados triles. Y es así, de mentira en oprobio, del Palau de la Música al 3%, de Pujol a pujolitos S.A., bien adobado todo con la exquisita equidistancia de los siempre elegantes partidarios del verdugo frente a la víctima, que avanza una tragicomedia españolísima en la que sólo falta un Rafael Azcona para meterle su gotita de risa y espanto. Que los propagadores del odio mientan va en el manual; que ya luego nadie denuncie sus viajes parece más digno del psiquiatra.