Alfonso Ussía

Calentorras

La Razón
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Desde que las mujeres han tomado a las claras y por derecho el mando en las relaciones sexuales –siempre lo tuvieron, pero el juego consistía en aparentar lo contrario–, dejaron de funcionar las llamadas calentorras o «calientapo....» , que tanto mal nos hicieron. Actuaban con una naturalidad y un arrojo nada comunes en aquellos tiempos, y cuando el hombre se creía dueño del universo e inmediato poseedor del tesoro prohibido, ella cambiaba el tono de su voz y anunciaba: «Es muy tarde y mis padres no me dejan llegar después de las doce». Y ella se iba, y el hombre se quedaba en una situación más que confusa, con el ardor entrepernil como el ciprés de Silos y lo que es peor, con una sensación de ridículo de muy complicada superación.

Las calentorras también perdían. Cuando se conocían sus atrocidades acostumbraban a cambiar de lugar de veraneo, porque pocos hombres se comprometían con el chasco. Eran mujeres que manejaban al hombre a su antojo, le hacían creer que todo el monte era orégano, y en un momento dado le cegaban el horizonte y desaparecían el monte y el orégano. «No aprietes tanto», amenazaban a los volcánicos púberes cuando éstos, al ritmo agarrado de una canción de Ádamo, Jacques Brel o Adriano Celentano, llevados del calentón, aproximaban excesivamente a sus cuerpos a los de ellas o intentaban una somera metedura de mano en pos de la epidermis pectoral.

Pero todo sucedía en la inmediatez, en el cara a cara. Se hablaba poco por teléfono. El teléfono servía para concertar el encuentro, no para adelantar intenciones. Cuando una pareja hablaba excesivamente por teléfono jamás alcanzaba el puerto de la fantasía. Naufragaba en el empeño, que por otra parte, no era tal. Saltar de aquellas calendas de antaño a las de hogaño es empresa imposible, porque han desaparecido las malas costumbres y las calentorras, aunque alguna de sus artimañas se hayan apoderado del proceder de los políticos. Albert Rivera, por poner un ejemplo, es la calentorra de la actualidad.

Le calentó a Pedro Sánchez, y cuando Sánchez, que es tan elemental como lo fuimos los jóvenes de mis tiempos, se creyó que había logrado la gran conquista, se llevó el tortazo en la mejilla. «Si me quieres no puedes seguir coqueteando con el de las coletas»; «lo malo es que si no metemos en la pandilla al coletas, nuestro amor no sirve para nada». Y se quedó sin amor, el despacho de La Moncloa, y lo que es peor, para siempre y por culpa de la calentorra, que por esta vez, tenía razón. Mejor la tristeza del desamor que la desazón del contagio de liendres venéreas.

Después de las elecciones de junio, fue Rajoy el que llamó con especial interés a la calentorra. «En principio no, puede ser sí, y lo más probable es mi silencio». Y Rajoy se puso como una moto. Fue cuando iniciaron un nuevo sistema de ligue telefónico, que de momento, como todo lo que se hace mediante el teléfono, no ha dado resultado alguno. Rajoy y la calentorra mantienen desde hace días «llamadas de aproximación», y no pasan de ahí. Ciudadanos se hace fuerte en su decisión. «Si mis padres supieran que me acuesto contigo, me echan de casa. Pero yo también deseo aproximarme sin que me toques. Si aceptas no intentar nada conmigo que vaya más lejos del beso en la frente, te garantizo mi silencio, pero no puedo darte el sí, porque lo que me pide el cuerpo es darte el no, y me gusta lo que me ofreces, pero estás casado y lo nuestro se rompería. Pero si en unas próximas elecciones, te vas a casa y tu familia las gana con holgura, en lugar de no o el silencio, yo les daría el sí, porque la verdad sea dicha, estoy deseando el poder, aunque temo que si te digo ahora que no, en las próximas elecciones puedo tener menos votos que la canción de España en eurovisión, y ahí, te lo reconozco, la cosa me preocupa. Es decir, Mariano, que vamos a llegar a un acuerdo tú y yo, pero lo mejor es que te vayas aunque hayas ganado, pero aunque no te vayas, algo te daré, no sé, algo, pero no todo, que mis padres son inflexibles y me repiten una y otra vez que soy demasiado joven para darme al «polving» un día sí y el otro también. Lo mejor es que mantengamos nuestras llamadas de aproximación, siempre que me prometas que no me vas a decir que me quieres, porque no es verdad Mariano, no me quieres, y yo tampoco, pero me gustan tus piernas, y si me apuras, tu mirada. Así que no por ahora, mañana un sí, y de momento, el silencio».

La calentorra.