Alfonso Ussía

Callejero

La Razón
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El nuevo callejero de Madrid le sorprendió a Rita Maestre mientras cenaba en casa de los Segrelles, grandes ponedores de huevos en todas las cestas posibles y probables. Más que una adaptación histórica es una venganza contra el Ejército. Desaparecen hombres de honor que combatieron lealmente por una España mejor que la de 1934, año en el que la Segunda República perdió la poca legitimidad que le quedaba tras el golpe de Estado del Frente Popular. El general Moscardó, héroe de la defensa del Alcázar de Toledo, el General Dávila, el General Sagardía, el General Asensio, el General Orgaz, el General Millán Astray, fundador de la Legión, el General bilaureado Varela, el General Muñoz Grandes, el General Saliquet, el General Mola y el Capitán Cortés de la Guardia Civil, héroe de la defensa del Monasterio de Santa María de la Cabeza. Hay sustitutos con sobrados méritos para tener su calle en Madrid sin necesidad de borrar el nombre de otros, como el gran Edgar Neville, Max Aub, Mechor Rodríguez el «Ángel Rojo», que detuvo las matanzas de presos de la República en Madrid, y cuyo merecido homenaje conlleva una contradicción. Si se le premia, como bien merece, por haber detenido los asesinatos cuyo responsable fue Santiago Carrillo, lo lógico es que Santiago Carrillo se quede sin calle. Pero no. Y nada que oponer a Arturo Barea, la joseantoniana Mercedes Fórmica –muy pesada en su última etapa como responsable del tenderete de libros y firmas de autores en «El Rastrillo»–, Marcelino Camacho y Julián Besteiro. Madrid crece y crea calles sin precisar de la injusta eliminación de nombres que no están ahí por fascistas, sino por cumplir con su honor. Y me ha sorprendido la calle del Teniente Castillo, que no fue precisamente un militar ejemplar, y adiestraba en la violencia a grupos que se preparaban para matar. Eso sí, hubo otro Teniente Castillo –la calle no especifica el nombre de pila–, segundo del Capitán Palacios Cueto en la División Azul, que mantuvo durante once años el espíritu y la resistencia de los soldados españoles prisioneros de la URSS en los campos de concentración de Stalin. Es posible que de la existencia del Teniente Castillo también se enterara Rita Maestre en casa de los Segrelles, que es como el camarote de los Hermanos Marx. El General Muñoz Grandes, como bien han recordado su hijo, el también General Agustín Muñoz Grandes Galilea, y su nuera Jueni López de Lamadrid Satrústegui en una preciosa y precisa carta a Manuela Carmena, fue condecorado por Alemania, y también por los Estados Unidos, Francia e Inglaterra, lo que pone en duda su proclividad al nazismo.

Mientras en la mesa de la casa de los Segrelles, Rita Maestre disfrutaba de la lubina salvaje fría con mayonesa y daditos de patata de Palencia asados al estilo Madame Soucy, con lecho de lechugas de Ruiseñada y «celeri» de Avignon, se culminaba la gran injusticia de la estúpida y rencorosa Ley de la Memoria Histórica de Zapatero, tan respetuosamente mantenida en vigor por el Gobierno tripartito de Rajoy, Soraya y Arriola, apoyado por una abrumadora mayoría absoluta en el Congreso y el Senado. Claro está que también ha mantenido la costosa y estúpida Alianza de Civilizaciones, consistente en aliarse con quienes desean hacernos desaparecer del mapa. Pero en fin, minucias.

La calle del General Millán Astray, fundador de la Legión que en el caso de ataque yihadista no pondría reparo alguno en rescatar de los hijos de Alá a Rita Maestre en casa de los Segrelles o en su despacho municipal, se llamará, para humillar más la memoria del militar tuerto, manco y cojo por heridas de guerra, «Avenida de la Inteligencia». Ello para recordar aquella supuesta exclamación de «¡Muera la Inteligencia!», dirigida a don Miguel de Unamuno en Salamanca. También podría haberse llamado «Avenida de Doña Carmen Polo», presente en aquel acto, y que ofreció a don Miguel el brazo para abandonar el local sin más incidentes. Millán Astray era, además de militar, un estricto traductor de libros del francés al español, y un deprimido enamorado de la Historia de España en el siglo XIX, el de nuestra decadencia. ¿Se equivocó? Sin duda alguna. Aquella manifestación fue innecesaria y absurda, pero no motivo culminante para que desaparezca su figura gallarda y mutilada de la memoria de Madrid.

Cuando Rita abandonó la muy aparente casa de los Segrelles, Madrid había cambiado muchos de sus nombres, pero no sus lecciones y su espíritu.