Restringido

Cambiemos de nombre la Castellana

La Razón
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En cierta ocasión le preguntaron al sr. Álvarez del Manzano, siendo alcalde Madrid, cómo resolvería el problema de tráfico en la Castellana. Con gracejo sevillano respondió: «Muy fácil, cambiaré de nombre la Castellana».

El pasado viernes, los socialistas madrileños cambiaron el nombre del partido en Madrid, pero los problemas hoy son mayores. El congreso extraordinario, lejos de resolverlos, los ha agrandado. De hecho, hoy nuestros adversarios critican algo que nunca antes había sido criticado en nuestra organización: la conculcación de las más elementales garantías democráticas.

En efecto, la sorpresa saltó cuando, en una votación para aprobar una modificación en las reglas de funcionamiento internas, el resultado de la misma arrojó más votos emitidos que posibles votantes tenía en cónclave.

Finalmente, al repetirse la votación, el congreso se dividió en dos mitades casi idénticas. La propuesta que la gestora había presentado para modificar los estatutos del Partido Socialista de Madrid obtuvo una victoria por la mínima. Casi la mitad de los delegados votaron en contra de la propuesta de la gestora que decretó Ferraz.

Obviamente, no se trataba de un cambio menor, porque las reglas de funcionamiento de cualquier organización son la Constitución de esa organización, y deben gozar del máximo consenso. Así debería ser en el ámbito legislativo en general. Y así debería serlo en las organizaciones de participación política, especialmente en un partido político con la tradición democrática del PSOE.

No puede causar sorpresa que casi la mitad de los delegados al congreso se negara a aceptar un cambio estatutario en el que se excluye de la participación en los órganos de decisión y control a los militantes de municipios pequeños, a aquellos que encarnan el proyecto de los socialistas en pueblos pequeños, en condiciones muy duras, altruistas y que representan una realidad genuinamente democrática.

Los municipios pequeños albergan a 600.000 ciudadanos en la región de Madrid, son la expresión democrática más directa, en la que el contacto con los vecinos es permanente, el compromiso con su comunidad es completo, a pesar de no ser profesionales de la política. Desde el viernes no dejo de pensar en Pilar, Olga, Jose Manuel, Paco, Silvia, Ismael, Antonio... y tantos hombres y mujeres de los que me siento orgulloso y de los que he aprendido mucho en los años en que tuve el honor de dirigir el PSM. Excluir a decenas de hombres y mujeres de estas características supone un abuso, pero sobre todo, es un desperdicio de un capital humano y de una experiencia muy valiosa.

Por desgracia, no sólo esos compañeros y compañeras fueron excluidos. La nueva dirección no supo contar ni con Juan Segovia ni con la mitad de los socialistas madrileños. Y, finalmente el Congreso se saldó con la elección de una dirección que, tristemente, no obtuvo el respaldo de la mitad de los asistentes.

A la vista del panorama, yo podría decir que para llegar aquí no era necesario este viaje, pero yo no soy alguien que juzgue las decisiones por los resultados que generan, sino por los principios que se conculcan. En política el fin no justifica los medios, porque son precisamente los medios los que configuran y a veces contaminan el fin. No pueden usarse pensando que se pueden divorciar de sus consecuencias. Hay quien piensa que, en ocasiones, se debe realizar un mal para lograr un bien mayor, se equivocan, siempre pasa lo contrario.

Si alguien pretende lograr un bien común con métodos perversos, no lo conseguirá. Si lo que pretende es hacerse un bien a sí mismo, menos aún. Hoy el socialismo madrileño es, tristemente, una organización desmoralizada en un doble sentido: en primer lugar, con el ánimo abatido y desmovilizada, porque el destrozo de los últimos meses ha sido mayor que aquello que se quería reparar. En segundo lugar, desmoralizada en el sentido de pérdida de moral en un partido para el que los valores y las formas han estado en comunión desde su fundación.

Debe cambiarse el rumbo. Debe respetarse el trabajo político de cientos de personas que dan todo a cambio de nada, ellos son el orgullo y el botón de muestra de lo mejor que podemos exhibir. Hay que recuperar mayores cotas de democracia. Hay que contar con todos. La palabra «compañero» significa mucho, y es necesario estar a la altura de lo que significa cada vez que se pronuncia. Es hora de que todos pensemos en qué podemos hacer por el PSOE y no al revés.