Iglesia Católica

Cardenales

La Razón
La RazónLa Razón

Hay que remontarse al siglo XIII para encontrar al primer español que fue elevado a la dignidad cardenalicia. Se trata del diácono Pelayo Galván, descendiente de una noble familia leonesa que, instalado en Roma como canónigo de San Pedro, fue nombrado cardenal en 1206 por el Papa Inocencio III que le hizo su legado en diversas misiones. Desde entonces a hoy son 214 los españoles que han recibido la púrpura cardenalicia de las manos de diversos papas. Entre ellos destaca Alejandro VI, el segundo papa de la dinastía Borja, que nombró diecisiete cardenales muchos de ellos miembros de su familia. Eran otros tiempos. En la actualidad la Iglesia española cuenta con trece cardenales de los cuales cuatro son potenciales electores del futuro papa: Blázquez, Osoro Cañizares y Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, que recibirá el birrete y el anillo cardenalicio el próximo miércoles. España es, pues, en estos momentos uno de los países con más alto número de cardenales electores. Sigue teniendo la primacía los italianos con 24, seguidos por los estadounidenses con 10 y los franceses con 5. El Papa Francisco ha nombrado en sucesivos cuatro consistorios (2014, 2015, 2016 y 2017) cuarenta nuevos purpurados y ha incorporado al colegio cardenalicio a prelados provenientes de países que hasta ahora nunca habían tenido un representante en esta institución. Malasia, Laos, Haití, Myanmar y Panamá son algunos de ellos. «Quiero – ha dicho– que el colegio de los cardenales refleje la universalidad de la iglesia y no solo su núcleo histórico, es decir europeo». Sin embargo de los 225 cardenales hoy vivos son todavía europeos 53, a los que siguen 34 provenientes del continente americano, Asia y África cuentan con 15 cada uno y Oceanía con solo cuatro. Pero más importantes que las cifras son los perfiles de los cardenales. En este sentido los cuatro españoles nombrados por Bergoglio marcan una inequívoca orientación. Con sus características individuales los cuatro reflejan una idéntica línea pastoral coincidente con la que está patrocinando el Pontífice: una iglesia no encerrada en sí misma sino abierta y cercana a las gentes y especialmente a los alejados de los círculos eclesiales, a la habitual «clientela» .