Elecciones municipales

Casilla de salida

La Razón
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Es difícil tener éxito en política, es mucho más complicado mantenerse en el gobierno a pesar de la erosión que conlleva, pero, no cabe ninguna duda, que lo más complicado es saber cuando retirarse. Esperanza Aguirre fue presidenta de la Comunidad de Madrid durante nueve años. Después de sendas mayorías absolutas, dejó el cargo en el año 2012. Se especuló sobre si la razón residía en su salud, era de índole personal-familiar o si respondía a una razón política. Lo cierto es que cualquier posibilidad de liderazgo nacional se había desvanecido una vez que el Sr. Rajoy había alcanzado la Moncloa con una mayoría absoluta histórica.

Además, venían tiempos de turbulencias en la Comunidad de Madrid y la Sra. Aguirre siempre ha tenido olfato para esas cosas. La crisis económica, los escándalos y la aplicación de medidas que iban a desgastar, como por ejemplo la política sanitaria, indicaban que, después del resultado obtenido en el 2011, cualquiera que se consiguiera iba a ser peor.

Por tanto, era el momento adecuado para dar por finalizada una vida política trufada de numerosas responsabilidades. Pero, en ocasiones, las personas encontramos nuestro peor enemigo en nosotros mismos y la Sra. Aguirre no pudo resistir perder definitivamente la luz de los focos, su relevancia social y, sobretodo, el reto de medir su potencia electoral en una plaza que durante varias legislaturas había sido popular, pero que en el 2015 ya vaticinaban que perdería la hegemonía. El resultado electoral es conocido por todos y la imagen de la Sra. Aguirre aceleró su caída, convirtiéndose en una política cada día más anacrónica. No hay más que observar sus entrevistas en televisión. En cada una de ellas, le persiguen sus etapas de gobierno, la actualidad pasa a un segundo lugar, nunca hay tiempo para preguntas sobre eso y ello impide su trabajo como oposición. Pero la palma del desatino se la llevan sus declaraciones sobre la peatonalización de la Gran Vía madrileña.

Se puede discutir si beneficia al comercio o le perjudica eliminar el tráfico en una vía, experiencias hay en un sentido y en el contrario. En general, la rentabilidad para los comerciantes está asegurada, siempre y cuando se apliquen medidas adicionales como, por ejemplo, la creación o habilitación de espacios destinados al aparcamiento, próximos al área comercial. El argumento de que es perjudicial a priori es débil sobre todo si observamos la calle Preciados o la calle del Carmen, tan próximas a la Gran Vía.

Además, resta credibilidad al PP la declaración excéntrica que hizo la Sra. Aguirre apelando a que se trata de «una cuestión ideológica, con el ánimo de enfrentar a las personas con los coches».

El problema de fondo es que hay razones más que sobradas para criticar duramente la gestión de Podemos al frente de la capital, pero las salidas de tiesto de la Sra. Aguirre y la rendición sin condiciones que ha hecho el PSM ante la Sra. Manuela Carmena contribuyen activamente a que Podemos siga teniendo fuerza suficiente como para relegar al PSOE al tercer lugar, cuando no al cuarto.

En Madrid, los dos grandes partidos necesitan desconectar definitivamente de la etapa Aguirre. A la Sra. Aguirre alguien debería decirle que su tiempo en política terminó. Por su parte, en el PSOE, el caso Tamayo amortizó las posibilidades de ganar elecciones durante muchos años. Alguno de los protagonistas de aquel asunto ha seguido en las portadas de los periódicos hasta hace pocos meses y eso sólo es motivo de división interna y cisma. También en el Partido Socialista algunos deberían saber que su etapa política ha terminado. Casilla de salida.