El desafío independentista

Cataluña en urgencias

La Razón
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«Todo sigue en el aire, a sólo días de la consulta ilegal. ¿Desobedecerá el mayor Trapero a Interior?». Inconfundible la voz de Matías Prats sonando en directo, desde un teléfono móvil de la sala. ¿Qué te contaría yo de este domingo? Estoy en una clínica, anhelando buenas noticias sobre mi padre. Acabamos de llegar a Urgencias y –horror– el concepto «desafío independentista» resuena también por aquí, en los ratos muertos. La incertidumbre catalana emerge entre chascarrillos, lo mismo que el cambio de estación o la última ocurrencia de Trump. Todo vale en este rincón de inquietudes con tal de no obsesionarnos con nuestro enfermo. Un espontáneo vecino de asiento rompe el hielo y comenta en voz alta, propiciando la participación del resto de la sala, que alguien ha colgado una bandera española en una ventana de la clínica. Otro aprovecha para opinar que el gesto le parece una horterada. Lo estaba temiendo... Empiezo a tener complejo de oráculo cuando, súbitamente, alguien me pregunta qué va a pasar después del 1 de octubre. A continuación, respondo las típicas curiosidades colaterales. «Ojalá lo supiera, señora. Sí, Matías es encantador. Todos muy majos, claro». Me habría gustado confesarles que, a pesar de la grave coyuntura política, nuestra curva de la audiencia baja en cuanto informamos del problema que se avecina este domingo. Me habría encantado explicarles que existe un hartazgo colectivo y preocupante al respecto. (Mientras unos y otros hablamos, van interrumpiéndonos las melodías de los móviles y los avisos de la enfermera. Y así se nos va pasando la mañana, más liviana).

Alguien se queja entonces de los directivos del Barcelona: «Parece mentira que, en un momento así, echen más leña al fuego con comunicados políticos». Otro chico añade que se alegra de que gente como Gasol no se pronuncie: «Seguimos al deportista, no a sus ideas». Una señora me coge del brazo: «Dígale a los políticos que se sienten el día 2 y hagan honor a la palabra diálogo. Si no están a la altura, que dimitan». ¡Ya quisiera yo que nos escucharan, señora!

Buenas noticias. Me llama la enfermera y aparece por fin mi padre, sonriente. Viene hacia mí desde el fondo del pasillo. Todo se ilumina de nuevo.

-No has podido escribir tu columna...

-Esta vez no, papá. Me la han dictado ellos. Me han contado sus verdades.

-Al final, así es la vida. Una larga sala de espera.