José María Marco

Centrismo a la catalana

La Razón
La RazónLa Razón

En Madrid, el experimento de Manuela Carmena al frente de los muchachos de Podemos y apoyada por el PSOE no está dando buen resultado. Es un personaje demasiado pintoresco y vanidoso como para cuajar como alcaldesa de Madrid. Podemos, por su parte, parece un grupo de alucinados, ajenos a la modernidad y a la vocación global, así como a las tradiciones de la vida madrileña. Madrid tiene una densidad institucional, empresarial y social que a un personaje como Carmena y a los podemitas les viene ancha.

No ocurre lo mismo con Barcelona y Ada Colau. Barcelona es desde siempre la ciudad de los prodigios y cualquier sombra de inestabilidad en la política española se multiplica allí hasta lo inverosímil, un punto de ebullición desconectado de cualquier realidad europea o global. El error independentista y la opción izquierdista de los socialistas han llevado al desgaste de las antiguas elites catalanas, lo que ha abierto el camino a una nueva generación que se mueve entre el ultraizquierdismo y el republicanismo secesionista. Y la deriva del «procès», convertido en un «leitmotiv» cansino, que ha bloqueado la nacionalización de Cataluña sin llevar a la independencia, abre la puerta a nuevos experimentos.

Es la hora de Colau, una mujer ambiciosa, con todo el futuro por delante y dueña de su destino político al tener su propia plataforma en los llamados «comunes», que ella misma forjó en sus años de activista. Colau partía de una posición minoritaria en el consistorio, pero supo convertirse en el elemento imprescindible y su gestión municipal, a pesar de levantar polémicas, también se ha sabido ganar el apoyo de una parte importante de la opinión barcelonesa, que se identifica con la movida un poco alucinada para convertirse en el referente y la meca del alternativismo occidental.

En la crisis del independentismo, Colau ha sabido encontrar una fórmula de apariencia nueva. Se aleja al mismo tiempo de la reivindicación ya agotada de la desconexión y de las insostenibles ambigüedades del socialismo catalán. Se trata de retomar el «leitmotiv», propio de los podemitas, del «derecho a decidir», aderezado con la idea de una «República catalana», confederada con España.

Propone un nuevo «proceso» que permita no ya nacionalizar Cataluña, sino construir un sujeto político al mismo tiempo nuevo –el pueblo catalán– y tradicional, acorde con la naturaleza «plurinacional» de España. Volvemos a la casi venerable tradición confederal, que consiste en afirmar que España sólo alcanzará su auténtica naturaleza cuando, desechada la aspiración a ser una nación, la descompongamos en las naciones, estas sí auténticas, que la constituyan y la volvamos a construir. Un proyecto sin encaje en la legalidad de la España democrática y que choca con el proyecto de la UE y la globalización. Si se le añade la querencia neocomunista, con ribetes anarcoides, el panorama es asombroso. Ahora bien, es lo que pasa por moderno y casi centrista en Cataluña.