Cristina López Schlichting

Charlie Gard se muere

La Razón
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La única pregunta es si cumplirá un año en agosto o si morirá antes. El bebé británico Charlie Gard ha sido desahuciado y será desconectado del sistema de ventilación en breve. Sus padres, Connie Yates y Christopher Gard, han luchado todo lo que han podido, pero los siete meses perdidos en los tribunales británicos para lograr el permiso para aplicarle un tratamiento experimental en los Estados Unidos han terminado por sentenciar al bebé, que padece una grave y rara enfermedad mitocondrial que produce debilitamiento muscular.

El caso ha constituido un escándalo sin precedentes. Por primera vez unos padres europeos han visto cercenado su derecho de cuidar de la prole en libertad. Es verdad que Charlie estaba gravísimo y que el margen de mejora que hubiesen proporcionado los tratamientos de los médicos norteamericanos era muy incierto, pero nunca sabremos qué hubiese podido conseguirse de no haberse desperdiciado siete meses preciosos litigando desde enero pasado.

Recordemos a los lectores desavisados que los pleitos comenzaron cuando el Great Ormond Street Hospital de Londres, un prestigioso centro pediátrico, consideró que el niño debía recibir una muerte «digna». Los padres se opusieron y todas las instancias judiciales británicas apoyaron a los médicos. Lo mismo hizo Estrasburgo. Sólo al final, y a raíz del escándalo internacional, el tribunal europeo accedió a reconsiderar el caso y someter al crío a la observación del doctor americano Michio Hirano, que se ofrecía a tratarlo en el Columbia University Medical Center de EE UU con una medicina experimental. Entretanto, el Papa había pedido piedad y el Congreso norteamericano había proporcionado a toda la familia el permiso de estancia necesario para someter al niño a tratamiento. Millón y medio de dólares fueron recogidos para pagarlo todo, gracias a donantes particulares.

Tanto ha tardado el proceso que, tras el nuevo examen, el médico norteamericano e incluso un médico español del hospital barcelonés de Vall d Hebrón han establecido esta semana que Charlie Gard ha empeorado tanto que ya no se puede hacer nada por él. El caso es una derrota del derecho familiar en Europa. El Estado debe atender a los menores en caso de maltrato paterno, pero sustituir a los progenitores que pelean por la vida de un hijo es monstruoso. Tal vez eran ingenuos, puede que la medicina que Michio Hirao ha aplicado a otros niños –es famoso el caso del hijo del congresista Arthur Estopiñán, con una patología ligeramente distinta y una mejora sorprendente– no hubiese dado resultado, pero al menos se habrían agotado las posibilidades. Nadie ha podido demostrar que Charlie Gard sufra y, al menos, como dijo la madre, se hubiese avanzado en la investigación de la enfermedad para prevenir y mejorar otros trágicos casos en el futuro.

En España resulta inimaginable que no se respete la voluntad de unos padres decididos a seguir luchando por la vida de un hijo más allá de lo que el hospital pueda o no considerar razonable. Pero parece que la deriva general es endemoniada. La teoría de la muerte digna se impone en las cabezas, ya incluso por encima de la patria potestad.