Restringido

Chasco

La Razón
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Ya no espero la invitación. Chasco confirmado. Mi mejor traje en el armario, colgado en su desconsuelo inglés. Me lo confeccionó el pasado verano Sir Ferdinand Spott, el mejor de los sastres de Spott, Brooks & Parva de Savile Row. Gris marengo, casi negro. Mi gran amiga y estilista portorriqueña Iraides Hobbles, al verme llegar con mi traje de Spott, Brooks & Parva a una reciente recepción en el Villamagna de Madrid, me regaló el siguiente comentario: «Caminas en ‘‘bellesa’’».

Pero no me ha llegado la invitación. Y no soy de los que se cuelan. La dignidad ante todo. Me aburren mucho las bodas, pero en ésta tenía concentradas todas mis ilusiones por el cariño y admiración que siento por sus contrayentes. Preparados tenía mis zapatos negros con cordones, de Gullimore & Hogdson, limpios y brillantes como ébanos lacados.

Pero, insisto, no me ha llegado la invitación.

Faltan pocos días. Se casan el 26 de agosto al mediodía en las Bodegas Riojanas de Cenicero. Buen lugar para una boda. Y lo más hiriente y doloroso para mí es que más de 200 personalidades y personas han recibido la invitación. Habría entendido mi ausencia en una boda de más limitado agasajo. Pero 200 personas conforman lo que los pijos definen como un «bodón». Se lo comentará Irene Montero a Rita Maestre a la vuelta. «Fue un bodón, tía»; «¿Bodón, bodón, o bodón a secas?»; «Bodón bodón, tía». «Joé tía, qué suerte».

Con posterioridad a la ceremonia civil, los invitados se reunirán en la vecina Laguardia, en cuyo afamado restaurante «La Huerta Vieja» tendrá lugar el almuerzo, con brindis y tarta nupcial con sorpresa. Al cortar el primer trozo de tarta con la imitación del sable de Simón Bolívar que les ha enviado de regalo Nicolás Maduro, se abrirá el casquete superior de la tarta y volarán decenas de palomas. Palomas blancas, que para nada evocarán la virginidad burguesa como algunos invitados interpretarán erróneamente. La blancura del plumaje de las palomas recordarán a las batas blancas del Hospital de la Princesa de Madrid, donde la novia, doctora en Medicina por la Universidad de Sevilla, destaca en su labor de médico familiar y comunitario. No tengo ni idea de qué trata la medicina comunitaria, pero el cargo suena bonito.

Y han confirmado su asistencia –de ahí mi dolor y mi herida en el alma–, Pablo Iglesias, la novia portavoz, Mayoral, Escolar y... ¡Los Bardem! Los Bardem jamás acuden en solitario a un evento. Si va un Bardem, diez bardemes más lo acompañan. Y resulta emocionante la entrada de la familia Bardem siempre aplaudida por los presentes y los ausentes, como es mi caso.

El novio es Alberto Garzón, uno de los políticos más brillantes del siglo XXI. Sus mensajes en las redes sociales son imprescindibles para entender lo que pasa en el mundo, y en particular, en España. Irá vestido de «Zara», que está muy bien, pero no le llega a las pantorrillas a Spott, Brooks & Parva. Por otra parte, la novia, es de las partidarias de rechazar las ayudas del propietario de Zara a los hospitales públicos, pero ha pasado por alto en esta ocasión su animadversión hacia el capitalismo generoso porque la verdad sea dicha, Alberto vestido de Zara está para comérselo con patatas a la riojana de guarnición. Y ella, Anna Ruiz, Anna con doble «ene», no se confundan, lucirá un precioso vestido de «Pronovias» color hueso, escotado en la espalda y con vuelo «evasé» a partir de la cintura. Apasionada ecologista, feminista y partidaria del aborto libre, la doctora ha decidido medir su vestido de novia y evitar toda comparación con las novias fascistas. Pero tengo entendido que el vestido es precioso, y que Irene Montero se lo describirá a Rita Maestre de esta guisa: «Anna estaba ideal, tía, muy de novia pero muy de izquierdas, tía»; «¿Me lo juras por Mafalda, tía?». «Te lo juro por Mafalda, tía». «¡Joé, tía, qué suerte!».

El lugar elegido para el viaje de novios es secreto. Ignoro su paradero. Y resulta lógico y comprensible. Si no me han invitado a la boda, menos aún me van a informar de la playa elegida para iniciar entre olas su vida en común. Conociendo a Alberto, con toda probabilidad de cercanía al acierto, una playa sencilla, recoleta y alejada del bullicio. Ella es más de dejarse ver, pero Alberto tiene una personalidad arrolladora y un carácter a prueba de todo, y en este caso, no dará su brazo a torcer. Faltaría más.

Me han privado de mi alegría. No podré compartir el gozo y la felicidad del nuevo matrimonio. Si la experiencia por lo civil resulta un éxito, no se descarta que terminen casándose por la Iglesia. Y por ahí no paso. A la boda religiosa me tienen que invitar sí o sí. Y más aún, si la oficia el padre Ángel.

Hoy escribo desde la melancolía y el hastío.