Alfonso Ussía

«Che» estalinista

La Razón
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Tengo para mí que a Íñigo Errejón le quedan menos de seis duchas para ser defenestrado de la cúpula de Podemos. De tratarse de Monedero, las seis duchas se reducirían a dos, por aquello de la aparente espesura, del paisaje denso que el jabón suaviza. Errejón presenta un aspecto más aseado, dentro de lo que cabe, que el propio Timón de la Revolución, el camarada Iglesias, e incluso que el lelo de la coalición. Y creo que a Íñigo Errejón le quedan menos de seis duchas para dejar de ser lo que ahora es en Podemos, porque el «Che» estalinista le ha apercibido de sanción públicamente. Algo ha dicho de malas hierbas que hay que eliminar. En la celebración, por llamarla de alguna manera, de Podemos la noche de las elecciones, se hallaba de invitado especial el golfo de Kicilloff o Killizoff, el contable de Cristina Fernández, viuda de Kirchner. En el Ayuntamiento de Barcelona, el primer teniente de alcalde es otro pampeño que se permite el lujo y la villanía de humillar a la Bandera de España desde el balcón municipal. La monja separatista catalana de Podemos, también es argentina, y el que maneja los entresijos del monumental lío podemita, es el argentino Echenique. Con los millones de argentinos positivos y recomendables que hay dispersos en la Argentina y el resto del mundo, aquí nos ha llegado lo más chungo, por no escribir que lo peor de lo peor. Y para colmo, lo de Messi.

Quien no conozca Argentina no tiene idea de lo que significa lo más cercano al milagro. Argentina es un país prodigioso. Le sobra todo. Lo tiene todo, y está en la ruina. Para quien nada entiende economía, lo de Argentina le ayuda a entender aún menos. En Argentina, que es una nación culta y sabia, nada sucede cuando el Fiscal que se dispone a empapelar a la señora del Pingüino es asesinado en su casa. Argentina soporta con un estoicismo admirable la cadena de apropiaciones indebidas de un matrimonio presidencial. Argentina, que es más lista que los ratones colorados, ha creado un populismo fatuo y desalmado que sólo en Podemos podía encontrar asilo y cobijo. Pero Argentina, últimamente, ha decidido librarse de lo malo y exportarnos lo peor, empezando por el pedante y mal actor que siempre se interpreta a sí mismo, el del pelo blanco, que también ofrecerá sus memeces a las sonrisas de Podemos. Argentina es la pujanza, la riqueza, el buen gusto, la armonía, la cultura y el prodigio de la mejor América. Pero también es cuna de necios parlanchines, de psicópatas mitificados, de memos exportables. Son tan listos los argentinos que a los más falsos, fatuos, pedantes, mentirosos y necios, nos los han encajado aquí para no tener que soportarlos en Argentina.

Pero la mezcla de argentino populista, peronista sin futuro, estalinista de última hora y pedante de libro, es muy peligrosa. Y el comisario político de Podemos reúne todas esas deliciosas cualidades o circunstancias personales. Y no dudan cuando se trata de mantener sus poderes y prerrogativas. Errejón, al que Pablo Iglesias le tiene un gato como un puma de la Pampa, también ha decidido que su viejo amigo y compañero deje de dar la lata. Las izquierdas resentidas, disfrazadas de lo que sea, no admiten la disidencia. Para ellos, la disidencia es la mala hierba, cuando al contrario, la crítica constructiva es una riqueza de incalculable valor en todo partido democrático. Y aquí está el problema. Podemos aborrece la democracia, y la unidad de España, y la economía de mercado, y la Unión Europea, y desprecia a los militares y aplaude la humillación de nuestros símbolos. Podemos, y pocos lo han visto, es un partido separatista que triunfa en los feudos separatistas y considera obsoleto el concepto de la unidad. Con independencia del gran cursi de la sonrisa que no le sale, todo lo que Podemos hoy discute es la continuidad de un iluminado español sometido a un juzgado presidido por un Che tan peligroso como el psicópata Guevara. Y Errejón se va a ir, y empezará el lío, la destrucción y el caos. En eso, son maestros. No se soportan. Siempre terminan por ser vencidos, no por méritos del rival, sino por su propio, crecido y elaborado odio a los que discrepan. En fin, allá ellos. A mí, plin.