Alfonso Ussía

Checas en las dehesas

La Razón
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El comunismo populista tiene en cartera la intención de prohibir la caza en España. La caza y los toros. En nuestra nación hay más de un millón y medio de cazadores y más de dos millones de españoles viven directa o indirectamente de la caza. En España hay caza porque los cotos privados y municipales han logrado, mediante grandes sacrificios, que las especies abunden y mejoren su calidad. Del mismo modo que los toros existen porque los ganaderos de bravo, a costa de enormes sacrificios económicos, mantienen en las dehesas sus ganaderías, en su mayoría deficitarias.

Con la prohibición de la caza, al cabo de pocos años, sierras, montes y dehesas serán espacios muertos y silenciosos. La Segunda República obstruyó la práctica de la caza en España, y a punto estuvieron de desaparecer los venados, los jabalíes, los gamos y las perdices.

Hoy, España es uno de los países más atractivos para los cazadores extranjeros, que se dejan aquí millones de euros, repartidos entre los trabajadores, los cotos, los guardas, los ojeadores, los rehaleros, los guarnicioneros y los hosteleros. En la Feria de San Isidro, casi un millón de espectadores se han sentado en los tendidos y gradas de Las Ventas.

Se trata de un objetivo repulsivo para la libertad y la economía. De un proyecto que dejaría en el paro a millones de familias españolas. Pero nada les importaría si a cambio se sintieran satisfechos con su necia revancha. Para los elementales proyectistas de la prohibición, la caza y los toros son de derechas. No alcanzan a ver un metro más allá de su odio.

Terminada la Guerra Civil, los campos y sierras de España necesitaron más de quince años para recuperar la naturaleza. Comparados con aquellos tiempos, hoy es España uno de los destinos turísticos cinegéticos más deseados y frecuentados del mundo. Sin la caza, los animales mueren, se envilece su genética y se destruyen el trabajo y el esfuerzo de decenios. La caza es un deporte, no un asesinato. El aborto es un asesinato, no un deporte, aunque sea tenido como tal por la retroprogresía. La caza, como los toros, pueden desagradar, y en el desagrado está el principio de la libertad individual de cada uno. Una libertad que también ampara a los aficionados a la caza y a los toros. La caza es deporte, si es limpia. El toreo es arte, si es puro, y una y otro son fuentes millonarias de ingresos de los que se nutren millones de hogares españoles.

Caza y toros de derechas, y anti-caza y anti-toros de izquierdas es una simpleza fronteriza con la majadería más clamorosa. Todo responde a la envidia y a la revancha disfrazada de cursilería. A los cazadores, para desarrollar su afición, se les exige el permiso de armas y la licencia de caza, no el carné ni la militancia de un partido político. Cayo Lara y Cañamero, grandes y atinados cazadores, lo pueden confirmar. Y no hace falta recordar a Baltasar Garzón, ídolo de la izquierda radical, que ha tumbado en las sierras de Jaén venados, gamos, jabalíes y muflones con una pericia insuperable. Todos esos animales cazados son consecuencia de un meticuloso plan de mejora y expansión de las especies que pagan los propietarios y arrendatarios de los cotos, que a su vez contratan a guardas y vigilantes, y que a su vez, reclaman a ojeadores y rehaleros.

Calladas las sierras y las dehesas. Propongo que las futuras checas se construyan en esos espacios maravillosos. Que, al menos, el sonido de la berrea o la ronca, el estrépito del venado que rompe monte o el cochino que atraviesa los matorrales, se sustituya por la voz del hombre apresado por sus ideas. Que ese es el fin de los Maduro de España. Que los que no pensemos como ellos, seamos todos como Leopoldo López. Es más, yo pediría que mi checa se instalara en Sierra Morena, y que el Jefe de la misma se pareciera a Jorge Verstrynge, directo colaborador junto a los dirigentes de Podemos, del tirano Maduro. Mejor checa en dehesa que cárcel urbana.