Julián Redondo

Chirigotas

La Razón
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Sábado de emociones fuertes, partidos interminables y segundos pesados como una mala digestión. Una carambola triple condenó al descenso al Éibar, ese equipo que tiene por norma no gastar lo que no tiene. La eterna cuestión de justos y pecadores. Y luego están los atormentados, como Casillas, que al sonar su nombre en el Bernabéu escucha pitos de esa parte de la afición que espera un gol para redoblar el odio. Y encajó tres. Es la cruz de quien fue considerado mejor portero del mundo durante un lustro. Ya no hace milagros y se lo reprochan. A Xavi le despidió el Camp Nou con ovación cerrada, emotivas e incontenibles lágrimas de cariño y vítores; si Iker hubiese anunciado que se iba al Arsenal, ni por ésas se habría librado de la corriente protestona. Está sentenciado y de la chirigota con el Getafe fue quien salió peor parado. Entre sus compañeros, sólo Cristiano se lo tomó en serio y engordó su cuenta goleadora (48) pese a ser el indiscutible Pichichi. Tras el cristal, Carlo Ancelotti asistía a la función entre resignado, porque su futuro inmediato no está en sus manos sino en las de sus superiores, y perplejo; indignado, no. Para qué, el pensamiento único y supremo apunta al cambio por medio del revulsivo. La suerte está echada, o así parece. El Madrid agotó el segundo tiempo de la temporada con una goleada que ni siquiera es balsámica y eso le condena. Los títulos que aparentan se esfumaron, su puesto pende de un hilo tan fino que su relevo es más cierto que la salida de Casillas, por momentos aplaudido, más al final, cuando parecía que lo suyo era una despedida.