Historia

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Cinco muertos, Tovarich

La Razón
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Tengo un amigo que opina que el silencio está sobrevalorado. Pero no solemos hacerle mucho caso porque se gana la vida dando cursos a los ejecutivos de grandes empresas sobre cómo hablar en público. Aún a riesgo de perder un amigo, confieso que soy más del sentir de Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de Estados Unidos y valedor de la abolición de la esclavitud, cuando decía que «es mejor callar y que sospechen de tu poca sabiduría, que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello». Este año se conmemora el centenario de la Revolución Rusa. Un edil de Ahora Madrid en el ayuntamiento de la capital, de nombre Sánchez Mato, ha decidido simplificar la Historia y decir que «en lo que es la Revolución Rusa solo murieron cinco personas». Sí, en lo que es. Le ha faltado dar los nombres y apellidos porque, total, fueron cinco y fijo que de la misma familia, y a buen seguro contrarrevolucionarios y espías extranjeros, la acusación favorita institucionalizada por algunos padres e hijos de esa Revolución Rusa, léase Lenin y Stalin. Miedo me da preguntarle cuántas personas murieron en los gulag de Iósif Stalin, el mismo que popularizó aquello de que es mejor pasarse que quedarse corto. Le recomendaría que leyera «Archipiélago Gulag» de Alexandr Solzhenitsyn, o «El maestro Juan Martínez estaba allí» de Manuel Chaves Nogales (bendito regalo de mi amigo y compañero Carlos Berbell) pero lo mismo se le hace bola y los considera panfletos contrarrevolucionarios, como diría el propio Stalin. No es un error de cálculo, se acerca más a la creencia de Martin Luther King: «Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda». Es como si alguien asegurase que durante el Holocausto murieron 3 personas, y una de ellas porque pasaba por allí. Estamos acostumbrados a las patadas al diccionario, a la prostitución de la semántica, pero a la simplificación adulterada de la Historia, no tanto. O sí. El tiempo quita y da la razón a la Historia y a sus protagonistas. A Lincoln, se la ha dado: «Hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios».