Enrique López

Concordia civil

La Razón
La RazónLa Razón

El 15 de junio se ha celebrado el cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas celebradas en España tras la dictadura. Como toda efeméride representa una serie de hechos histórica y culturalmente significativos en la construcción de nuestra identidad nacional, así como también el reconocimiento de figuras que tuvieron un papel preponderante en ese mismo desarrollo. Ante la tensión generada por los que pretenden arrumbar el pacto de 1978 simbolizado por nuestra Constitución, es necesario poner en mayor valor esta fecha, puesto que si bien se ha elegido el 6 de diciembre de 1978 como fiesta que resume todo el proceso de la transición a través de la aprobación de la Carta Magna mediante referéndum popular, estas elecciones conformaron el poder constituyente de nuestra actual democracia. Por razones de edad no pude votar en aquellas elecciones, pero las recuerdo perfectamente. Mis padres me mostraron la jornada como algo muy especial y deseado, a la vez que me introdujeron en la cultura del pluralismo político y de tolerancia. Mi madre votaba a la UCD y mi padre al PSOE y ambos lo hacían con tal respeto mutuo que me imprimieron en lo más interno de mi ser el necesario respeto a los demás, piense lo que piensen, salvo a los que practiquen la intolerancia y la política del odio y la revancha; a estos los aborrezco. Fui creciendo siendo testigo de la consolidación de nuestra democracia y viviendo de forma intensa la misma. Me siento orgulloso de pertenecer a esta generación que heredó el esfuerzo de la anterior, la cual supo orillar diferencias y reproches, buscando lo que nos une, que es mucho, y por ello me produce especial dolor asistir en actualidad a intentos de socavar este proceso. Ello me lleva a la convicción de que la Democracia se debe defender día a día, porque nada humano es eterno, y los riesgos para la misma siguen ahí. Hoy en día algunos discrepan sobre ese proceso democrático e incluso algunos le niegan legitimación llegando a decir que se trató de un pacto forjado entre las amenazas de involución procedentes del ruido de sables, algo que además de injusto es incierto y supone negar lo evidente, y, sobre todo, la verdad. No cabe duda de que las constituciones se pueden y se deben reformar, pero con un fin, adaptarlas a los cambios que se producen con el paso del tiempo, pero siempre sobre la base de la búsqueda del consenso mayoritario y no precisamente para romper este consenso. Adolfo Suárez, el conductor junto al Rey Juan Carlos de este proceso, dijo «con la Constitución, es posible lograr una concordia civil llamada España, donde convivan ciudadanos que, por tener diferentes opiniones, creencias o convicciones, se complementen entre sí». ¡Que epítome tan plástico y gráfico de España, Concordia Civil! Estas palabras deberían plasmarse en todas las escuelas de España para que las generaciones venideras nunca olviden el esfuerzo desplegado por los hacedores de nuestra Democracia. Los que pretenden carcomer, como auténticas termitas, este proceso y sus consecuencias, además de irresponsables, demuestran una soberbia propia del que ignora la historia y desprecia la verdad.