Enrique López

Constitución: cumplir antes de reformar

La Razón
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Hace dos días hemos celebrado el 39 aniversario de nuestra Constitución de 1978, siendo motivo de comentarios su posible reforma. La cuestión es si realmente la sociedad española en su conjunto siente esta necesidad, y si se trata de un problema esencial. Mucho me temo que no, aunque no cabe duda de que existe un debate político al respecto, amén de una iniciativa que merece el máximo de los respetos. Ahora bien, como más o menos decía Séneca, «cuando no sabemos a qué puerto nos dirigimos, todos los vientos son desfavorables», y algo de esto podría ocurrir. Para que haya alguna posibilidad de reforma de la Constitución, y como causa de ello un previo acuerdo político mayoritario, casi unánime, es necesario saber a dónde se quiere viajar, esto es, qué se quiere alcanzar con esta reforma. Por ejemplo, si se quiere superar el Estado de las autonomías, habrá que decidir hacia dónde y proponer posturas con claridad para poder debatir sobre ello. Se requiere pues de valentía y coraje para que la claridad de las propuestas sea un buen punto de partida, puesto que más importante que las propuestas en sí mismas, es la honestidad en su formulación. Aun así, en mi opinión, ahora lo más importante no es reformar la Constitución, sino antes hacer que se cumpla, puesto que sería un mal cimiento de su evolución que una transgresión tan grave como la acaecida en la actualidad, fuera precisamente leitmotiv de la reforma. Esto me recuerda la parábola del hijo pródigo, en la que este exigió a su padre la parte de la herencia que le correspondía, se fue a un país lejano y allí gastó toda su fortuna. Cuando regresó, el padre, lejos de castigar a su hijo pródigo, lo agasajó con una fiesta por su regreso, con gran enfado del hijo mayor, que había permanecido al lado de su padre. Este hijo le dijo a su padre que llevaba muchos años sirviéndole sin desobedecerle jamás, pero llega el otro hijo que había malgastado su parte de la herencia y le hace una fiesta, a lo que el padre contestó: «Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado». Es difícil pensar que de esta historia puede surgir de nuevo una empresa en común, una sinergia de esfuerzos. No cabe duda de que tras un periplo como el del hijo pródigo es difícil exigirle al otro hermano consenso, pero, aun así, la responsabilidad y generosidad de este tipo de personas hará posible los acuerdos. Mas este consenso requiere como mínimo que el pródigo abandone su prepotencia, su irresponsabilidad y crea en lo común. El acuerdo sólo puede perseguirse desde la humildad y el reconocimiento de los errores y, sobre todo, partiendo de que se quiera alcanzarlo. La arrogancia es mala consejera, y por ello para pretender una transformación de nuestra Carta Magna resulta condición sine qua non su previo acatamiento y cumplimento.