Alfonso Ussía

Construcción y coñazo

La Razón
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He repetido en diferentes ocasiones la imagen del amor «comprometido» de las izquierdas españolas, figurado por un escéptico de la izquierda y militante en tiempos difíciles que fue un genial dibujante: Chumy Chúmez. Decía Chumy que sus amores más zocatos eran auténticos coñazos. Que no asumían la elementalidad de la coyunda. La mujer de izquierdas gusta de revestir con cursilería social la simpleza del cumplimiento del deseo o la pasión. E imaginó la escena. El hombre, ya en la cama leyendo la columnita de Haro Tecglen en «El País», y ella aún en pie, despojándose de las bragas. Eso tan fácil y natural, pero falto de compromiso progresista. De tal modo, que al abandonar en el suelo el braguerío, la mujer de izquierdas sentenciaba: «Estoy muy, pero que muy preocupada con el tema palestino».

Desde unos meses a hoy, incluído el día de mañana en el que se publicará este texto, he sentido curiosidad por el cambio de pensamientos y palabras de los grandes amantes de Podemos, que no pueden ser otros que el Timonel Machirulo y la Portavoz con Méritos. Después de leer lo que piensa del amor la Portavoz con Méritos, mucho dudo de que el Timonel Machirulo esté dispuesto a prolongar en demasía sus relaciones. Todo, o casi todo, se inspira en la construcción.

Opina la Portavoz del amor y de los celos: «Lo que hay en nosotros no es exactamente un amor romántico. Aunque tenga muy claro que el mito del amor romántico es opresor, patriarcal y tóxico, nuestra educación de forma implícita nos construye. Es verdad que una no se construye de una vez y para siempre. Puede reflexionar, por ejemplo, cuando siente celos. Que los sientas no los dota de legitimidad».

Hasta ahora, clara y concisa. Sigue.

«El feminismo es mucho eso. Una interpelación constante a una misma. Sabemos que algo que estamos sintiendo forma parte de esa construcción cultural, pero a veces estamos hasta las narices de luchar, y hay dos minutos al día en los que sólo quieres sentir. Y tienes que ser capaz de hacerlo».

Me parece admirable el regodeo cultural de la Portavoz. Ya sabemos, al fin, que el amor romántico, el que hemos sentido y sentimos todos los que no estamos en el bando comprometido, es opresor, patriarcal y tóxico, y que nuestra educación no ha sido construída de forma implícita ni explícita. Con esa pesada alforja de inferioridad hemos pasado los años de nuestra vida. Ajenos a la construcción. Y nos alumbra el saber que una mujer como la Portavoz con Méritos no se construye de una vez y para siempre. Se construye, se destruye, se vuelve a construir, se reforma y se añade, cuando lo considera oportuno, el porche para hacer la barbacoa de los sábados. Porque el feminismo, que tampoco he averiguado de qué se trata y en qué consiste, es eso. Una interpelación constante a una misma. Una interpretación que también es parte de la construcción cultural, aunque en ocasiones, muy de tarde en tarde, se sientan los celos fascistas, que por muy sentidos que sean, no están dotados de legitimidad. Es decir, que los celos no son legítimos y hay que incluirlos en el Código Penal.

El texto-protesta de la Portavoz con Méritos, concluye con fuerza, y quizá, con una indirecta inmersa en la descortesía hacia su hombre, el Timonel Machirulo. Me someto a sus palabras cuando se refiere a la hartura de luchar por la humanidad y la necesidad de sentir durante dos minutos. Es meritorio que ella sea capaz de hacerlo. Disfrutar durante dos minutos, no obstante, se me antoja un disfrute más que modesto, conejil, lagomórfico. Un pis-pas. Un quiqui, un chirrichirri muy torpemente construido, y que nos dibuja a un amante, a un amador de muy precoces arroyuelos. En fin, lo que la mayoría de las mujeres, construídas o no, calificarían de «decepcionante».

Con esa pedantería hueca, con esa pesadez vacía de la Portavoz, hay que reconocer que el Timonel tiene mérito. Amar a una construcción que retarda tanto la entrega de las llaves, es un coñazo.