Política

Contundencia ante las provocaciones

La Razón
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La reanudación de la actividad parlamentaria tras la celebración de los últimos Congresos de los partidos y los correspondientes ajustes en sus direcciones ha devuelto a la actualidad el tenor de los debates y las actitudes que quieren imponer en la Cámara los grupos antisistema, que no es otra que confundir el ejercicio de la oposición con el insulto, la mala educación, y la vulneración del Reglamento, queriendo envolverla en su peculiar manera de entender «su» libertad de expresión, que por supuesto no consienten a los demás cuando se refieren a ellos.

El tema no es algo aislado, va a seguir produciéndose con mayor intensidad en los próximos meses. No es consecuencia de la victoria de Iglesias en Vistalegre II, –ya vivimos estos episodios anteriormente– sino de una forma de actuar predeterminada para tensionar el debate, agitar la calle, debilitar las instituciones y cuestionarlas hasta su inoperancia para derribar el sistema. A esta estrategia se han sumado cada día más grupos radicales, e irá a más si no se cortan sus acciones con contundencia, con los medios existentes y con los que en su caso haya que poner en marcha para evitarlos, sin dejarse amedrentar por el buenismo, la corrección política o las falaces denuncias de coacciones a la libertad de expresión o a la labor de oposición.

Estas actitudes radicales e insultantes ya se dieron en los Parlamentos regionales y Municipios la legislatura pasada por una parte de IU y los radicales del PSOE, y lejos de proporcionarles rentabilidad en términos de resultados electorales, provocó su desmoronamiento y el desprestigio de la política, los políticos y las instituciones ante la sociedad, en perjuicio del interés general y la estabilidad. Pero benefició al populismo radical que ha accedido a ellas, la «nueva casta», la izquierda antisistema, que ha tomado nota de ello y ha hecho suya esa actitud.

La cuestión se complica por la tradicional irresponsabilidad del PSOE, al que sólo le ha interesado el poder y ha estado dispuesto a casi todo con tal de evitar que gobierne la derecha. Y por el peligro de considerar algunos que estas actitudes son casi folclóricas y/o risibles, como las intervenciones de Rufián, cuando son preconcebidas y como tal hay que tratarlas.

Que es así lo confirma la reacción descontrolada de estos sujetos cuando se les contesta de la misma manera a sus insultantes y despectivas manifestaciones y actitudes, o cuando se tiene la desfachatez de acudir a una entrega de premios cinematográficos cumpliendo con el smoking exigido en el protocolo, que no cumplen siquiera los premiados, y justificar que se hace «por respeto a los trabajadores de la cultura», como si las instituciones del Estado, y en especial en las que se asienta la soberanía nacional, no merecieran ese mismo respeto o mayor.

Actuar frente a ellos sólo con el discurso de lo absurdo, del sentido común y de unas normas no suficientemente punitivas y con fuerza ejecutiva inmediata ante estos desafíos u otros de mayor envergadura como el independentista, se demuestra cada día insuficiente para pararlos. Por eso hay que responder con la máxima contundencia a cada desafío por pequeño que parezca, y endurecer hasta donde sea preciso los reglamentos y las leyes para que sean disuasorias, ejecutivas y ejemplarizantes, sin dejarse condicionar por la crítica demagógica y fácil a la que nos tienen acostumbrados con la connivencia de los medios de comunicación afines. Y por supuesto aplicarlas tantas veces como sea necesario para impedirlos. Y si no están de acuerdo que sean ellos los que acudan a los tribunales, pero no al revés.