Ángela Vallvey

Copia, pega

La Razón
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La revolución tecnológica ha propiciado una nueva fuerza industrial: el corta y pega: plagiar/robar un bien (a menudo intangible) para obtener un usufructo comercial. Algunos lo denominan, eufemísticamente, «economía colaborativa», pero a los afectados les cuesta tragárselo. El copia/pega ha perjudicado brutalmente a distintos sectores. Los más conocidos pertenecen al mundo de la cultura y la información. Primero fue la música. Había resistido desde los tiempos del «casette» que se rebobinaba con un bolígrafo Bic. Los adolescentes grababan en cintas lo que pillaban. Se copiaban canciones de la radio, pero los discos se vendían aún, el mercado de la música estaba vivo, creativo, fuerte... El CD cambiaría el paradigma, pero el negocio aguantó hasta la irrupción y popularización de internet. Los músicos, los primeros afectados por el desplome de las ventas, han tenido que reciclarse: hacen «bolos», conciertos, tienen Spotify... Los espectáculos en directo aún no se pueden «descargar» de forma pirata. Después, escritores y editores se vieron perjudicados por la piratería. El sector editorial no se ha reanimado como el musical; los «bolos» de un escritor (conferencias, mesas redondas...) están peor pagados que nunca. Junto a la edición de libros, los periódicos de papel también han sido arrasados por el vendaval tecnológico. Se están reinventado con mucho dolor. En tiempos convulsos, ciertos medios «nativos» digitales estimularon la piratería de música, cine, libros... Y plagiaban noticias. Copiar y pegar es simple, barato. Citar la fuente basta para «fusilar» en digital la noticia de un medio impreso que ha invertido dinero, trabajo y talento en generarla. Pero, al final, resultó que el negocio de esos medios –que fusilaban sin pudor– sufre el mismo obstáculo que el resto: la copia. Muchas páginas, que hace poco se ufanaban de plagiar e incluso alentaban la piratería, ahora se quejan de que «las redes sociales» les roban noticias, o sea: que les quitan ingresos publicitarios que les permitirían subsistir... Y una se acuerda de aquellas palabras del pastor Martin Niemöller: «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a por los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie más que pudiera protestar...».