Ángela Vallvey

Cruel

La Razón
La RazónLa Razón

Nietzsche decía que ver sufrir a otros es algo que sienta bien. Refrescante. Estimulante. Un soplo de vidilla. Muchos le daban, y le darían hoy día, la razón. ¿Hay un placer subrepticio –o incluso descarado– en mirar cómo otro ser se retuerce, cómo rabia y pena, se arrebata...? El clásico «¡que se j*d*...!» españolito, exclamado entre una feroz rebaba. Para el filósofo, existe una antigua verdad humana, demasiado humana, que hace a las personas disfrutar mientras contemplan el desconsuelo ajeno. En esa evidencia se basa el éxito de muchas cosas, desde las políticas fiscales sádicas hasta la popularidad de culebrones de sobremesa en los que la protagonista parece la señorita Pupas. Además, según el pensador alemán y maestro de la sospecha, provocar sufrimiento es todavía más placentero que limitarse a contemplarlo. Cuando pensamos en estas cosas, a casi todos se nos viene a la cabeza la imagen de esos niños desalmados que torturan animales mientras se parten de risa, los muy despreciables. Los maltratadores, así, obtendrían un gran placer ejerciendo sus perversas acciones ominosas. O sea: parece que, por naturaleza, la crueldad anida en el fondo del corazón humano. En unos más que en otros. Claro. La filósofa Judith Shklar se quejaba hace años de que los filósofos, por lo general, no se ocupaban de la crueldad. El filósofo Mèlich vino después a estudiar el asunto y encontró que hay un fondo de crueldad incluso en la moral. Los liberales hicieron una bandera de la lucha contra la crueldad desde las instituciones políticas, y probablemente en su afán por acabar con la crueldad particular, impusieron mandamientos morales crueles. El caso es que atravesamos tiempos feroces. La crueldad parece vivir una edad dorada. O quizás sea porque en nuestra época todo está cobrando una visibilidad que hasta hace poco no tenía. Los pequeños actos infames realizados por los particulares no eran expuestos bajo luz pública, como sin embargo ocurre ahora. En tiempos de Federico II a los reos de lesa majestad se les colocaba capas de plomo que luego se derretían al fuego. La nuestra no puede ser una época más cruel que aquella, que otras..., pero, tanto entonces como ahora, las personas crueles se escudan en los mismos pretextos: la política, la religión, la economía... O lo gracioso que es ver cómo una mosca se retuerce cuando le arrancan las alas. Y, quien dice una mosca, dice un ser humano.