Alfonso Ussía

Crueldad policial

La Razón
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Aquello fue el no va más. El mundo se sobrecogió, angustiado. Los líderes independentistas catalanes y TV3 difundieron las imágenes. Ella lloraba. Se anunciaron querellas y demandas contra la Policía Nacional. Ella seguía llorando. Se había manifestado el 1 de octubre, y al pretender votar, un malvado agente del Cuerpo Nacional de Policía le quebró, uno a uno, los cinco dedos de una mano. Su delito, ejercer su derecho a decidir, que es un derecho decididamente ejerciente. El dolor de las cinco fracturas se agudizó con el abuso corporal. Ada Colau, que termina de nombrar asesora de Derechos Humanos a la madre del asesino que odia los tirantes con los colores de la Bandera de España, se manifestó indignada por la agresión sexual. Pónganse, queridos lectores, en su piel. Una mujer de ERC, pacífica luchadora de la libertad de Cataluña, sufre la fractura de los dedos de una mano – con la que pensaba votar–, y el brutal policía que le había roto los huesos, le tocó las tetas. Así, sin más, aprovechando la indefensión de la víctima, le manoseó los senos. Afortunadamente, al hacerlo por encima de la ropa, el cruel agente no pudo pellizcarle los pezoncillos, lo cual hubiera sido tremendo. Ella Marta Torrecilla, la víctima fracturada y tocada, se convirtió en el símbolo patrio de la Cataluña invadida. En los más de quinientos años de invasión, jamás había sucedido un episodio tan grave. Aquella noche, ni Jordi Évole ni Julia Otero pudieron conciliar su merecido sueño.

Fue inmediatamente llevada a un hospital. En el camino del lugar de la agresión al centro hospitalario, el Obispo de Solsona oró por ella y se produjo el milagro. El milagro de Santa Marta Torrecilla. Los cinco dedos de la mano quebrada, habían sanado. Uno de ellos presentaba los síntomas de una capsulitis. La oración del Obispo de Solsona había hecho efecto en las fracturas de los huesos, pero se olvidó de la capsulitis. Ella, Santa Marta Torrecilla, en lugar de peregrinar de rodillas hasta el monasterio de Montserrat para agradecer su curación milagrosa, optó por reconocer que se había inventado la brutal agresión del malvado policía nacional. Y ya, animada por la sinceridad, también negó que el sexual agente del Orden le hubiera manoseado la teta izquierda, que por ser militante de la Izquierda Republicana, es su teta favorita. Tanto ella como el Obispo de Solsona quedaron bastante mal.

Pero su imagen plañidera dio la vuelta al mundo. Y acusar con falsedad, premeditación y alevosía de agresión física y sexual a un agente de la policía Nacional puede entrar de lleno en el ámbito de la injuria y la calumnia. La imagen de la exsanta sollozando de inventado dolor abrió muchos informativos en las cadenas de radio y televisión. Y claro, con todo sosiego y rigor, la Fiscalía ha ordenado que la exsanta sea investigada, investigados los hechos, investigada la inventada fractura de sus dedos, investigado el tocamiento de sus pechos, investigado su comportamiento, investigada su confesión e investigada su vergonzosa mentira. Y se le aproxima en el futuro un procesamiento, un juicio, y con muchas probabilidades, una sentencia condenatoria. Habrá que ir pensando en el color del lazo de Guardiola, porque el amarillo es por los Jordis, y no conviene mezclar reivindicaciones. Si Guardiola une al lazo amarillo de los Jordis, el «beige» de la Torrecilla, el marrón de Anna Gabriel, el carmesí de Junqueras y el violeta de Puigdemont cuando sea detenido, sus apariciones en el banquillo del Manchester City van a parecer, como escribió el poeta, «la exhibición de un arcoiris manifiestamente enojado».

Por mí, que la empapelen. Y cuanto antes mejor. Por embustera, por calumniadora y por imbécil.