Ángela Vallvey

Cuidados

La Razón
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Generaciones de europeos –que fueron o son jóvenes–, por fortuna, no han vivido el temor ni la amenaza de la guerra. Desde las guerras yugoslavas, Europa no ha sido escenario de ninguna tragedia «bélica», aunque otras aflicciones se hayan sucedido en su suelo. Los soldados que van al frente son jóvenes; muchos, casi unos niños. Suelen tener la edad del asesino en serie de Múnich, más o menos. De quienes lucharon en la I Guerra Mundial se dijo que se habían «hecho hombres» entre sangre, fango y gases tóxicos. La mayoría de la tropa estaba compuesta por muchachos, apenas adolescentes, que aún no sabían qué cosa era la vida, y mucho menos la muerte, y que quizás por eso fueron capaces de enfrentarse a ella. En la guerra civil española peleó toda una generación de chiquillos imberbes. Los que sobrevivieron lo hicieron marcados por la contienda para siempre. Los soldados, a lo largo de la historia, son mayoritariamente chavales, mozos, criaturas inexpertas. Sufren neurosis de guerra, el síndrome del «corazón de soldado». Debe ser casi imposible no volverse loco entre armas, destrucción, suciedad, atrocidad, en medio de un paroxismo de violencia despiadada. Las guerras legalizan el asesinato. Las crueldades que tienen lugar durante la batalla serían juzgadas y consideradas abominaciones intolerables en tiempos de paz.

Sin embargo, a pesar de la suerte de haber desterrado un horizonte de guerra en Europa, los adolescentes siguen siendo –lo son desde el principio de los tiempos– la pieza social más sensible respecto a la violencia, la más susceptible de ser subyugada por la idea de brutalidad; forman parte de la población que debe recibir todos los cuidados educativos, de vigilancia y protección familiar, institucional y escolar, encaminados a conducirlos hacia la moderación y el respeto como instrumentos de vida y relaciones personales. El asesino de Múnich había sido víctima de acoso. El hostigamiento y los abusos –psicológicos, físicos, sexuales...– suelen ser los lamentables responsables de la siniestra historia de muchos adolescentes y jóvenes con comportamientos patológicos, criminales, fanáticos, rabiosos. Vivir en nuestros tiempos en Europa tiene grandes ventajas –el rechazo de la guerra, por ejemplo; el hecho de no tener que sacrificar generaciones enteras de jóvenes en el frente de batalla–, pero las neurosis no sólo se engendran en los conflictos bélicos, y algunos jóvenes, en vez de «corazón de soldado», pueden acabar desarrollando un despiadado «corazón de asesino».