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De conllevar

La Razón
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En los albores de la civilización occidental, Séneca escribía: «No nací en un rincón remoto; mi patria es el mundo entero». Siglos después Flaubert sentenciaba que «la obligación de vivir en un rincón de tierra marcada con rojo o azul sobre el mapa y detestar por ello los otros rincones que aparecen de color blanco o negro, me ha parecido siempre algo mezquino y limitado y de una estupidez acabada». El cosmopolitismo no es una ocurrencia reciente de los operadores turísticos sino el rodrigón que ha dado algún sentido a la humanidad, tal como los nacionalismos han sido doliente parte de la historia y vientre de las más miserables desdichas. En estos tiempos de espesa confusión en los que las leyes se nos hacen huéspedes y hasta las palabras pierden su sentido milenario, hay que repetir todo lo escrito desde Sumeria sobre el pecado original de las fronteras, las patrias, las alambradas y las identidades. Recordar a Renan. «Lo que constituye una nación no es el hablar una misma lengua o pertenecer a un mismo étnico, sino el haber realizado conjuntamente grandes cosas en el pasado y querer seguir realizándolas en el porvenir». El orteguiano «proyecto de vida en común» que sirve para los pueblos o el simple matrimonio. El problema catalán se consuma en tres intentos de divorcio del mismo cónyuge democrático que acordó con ellos sus más amplias libertades, lo que indica cronicidad, romanticismo, sentimentalismo y racionalidad. La dialéctica entre Azaña y Ortega y Gasset a cuenta del estatuto del 34 da la razón al filósofo que hoy sería tachado de fascista. Azaña sostenía que el autogobierno catalán apagaba las fiebres secesionistas, mientras Ortega mantenía que el radicalismo catalanista había que conllevarlo, acostumbrarse a vivir con él porque era inasequible al desaliento. Lo que resume un anónimo secesionista: «queremos la independencia aunque tengamos que comer en el suelo como los perros». La catalanofobia no tiene perchas pero sí hay hispanofobia (y francofobia) en el Principado, y se transmite por generaciones. Para esa pasión de catalanes no hay constitución que le satisfaga ni tranvía que les deje en la puerta. Como es conveniente pensar en el futuro para ser contemporáneos del presente demos por sentado que el problema catalán forma parte de la idiosincrasia española. Como la ópera prima del hoy denostado Juan Marsé: «Encerrados con un solo juguete».