Alfonso Ussía

De Gila

La Razón
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Gila fue un maestro del humor. Al cabo del tiempo me gustan más sus divertidos dibujos publicados en La Codorniz y en El Loro de Blanco y Negro, que sus actuaciones habladas. Además de un genio del humor, Gila fue un gran mentiroso, que sedujo a las izquierdas con auroras boreales. Se inventó que había sobrevivido a un fusilamiento que jamás se produjo. Se erigió como defensor de los Derechos Humanos, y después de haber actuado en muchas ocasiones en la celebración franquista del 18 de Julio en el Palacio de la Granja de San Ildefonso, se autoexilió en los últimos años del régimen. Eligió un exilio raro. No se instaló en la Cuba de Castro, al que admiraba profundamente. Lo hizo en Buenos Aires, en plena dictadura militar de Videla, Massera y Galtieri. Huyó de una dictablanda que le admiraba y vivió como un jeque en una dictadura que le autorizó su libertad. Gila se marchó de España por otras cosas que no viene a cuento relatar por caridad cristiana. Pero fue un tipo genial, creador de un humor nuevo, enlazado al de los grandes humoristas de la llamada, por José López Rubio, «La Generación Simpática del Veintisiete», que fue, con Mihura, Tono, De la Iglesia, Enrique Herreros, Evaristo Acevedo, el propio Gila, Serafín, Munoa, Chumy Chúmez y el inmenso Antonio Mingote, el grupo que dio vida y alma a «La Cordorniz», la gran publicación de humor durante el régimen de Franco. Todos ellos, con algo de Jardiel Poncela, que acusó con aspereza a Miguel Mihura de plagio. «Ya no te paso una, Miguel. Todo tiene un límite, hasta la provincia de Badajoz».

Y de Gila parece la profunda reflexión del camarada Rafael Mayoral de Podemos relacionada con el fin de la ETA. «El Gobierno debe ayudar a la entrega de armas». Me figuro al ministro del Interior o al de Justicia con el teléfono de Gila en la oreja elegida. –¿Es la ETA? Les llamamos desde el Gobierno para ayudarles a entregarnos las armas, que tienen que pesar mucho, pues de lo contrario, si son ustedes los que nos las van a entregar ya han tenido tiempo suficiente para haberlo hecho–.

¿Cómo se puede exigir al Gobierno de un Estado de Derecho que ayude a una banda terrorista a entregar las armas? Que las entreguen los terroristas. ¿Qué se le pide al Gobierno a cambio de tan extravagante ayuda? ¿Poner a los asesinos que aún cumplen condena de patitas en la calle? ¿Colaboración y presencia gubernativa en los actos de homenaje que se organizan en honor de los terroristas? ¿Una amnistía para los etarras con casi mil asesinados bajo tierra? ¿Tiene el Gobierno competencia para llevar a cabo semejante humillación? La entrega de las armas escondidas en diferentes «zulos» diseminados por el sur de Francia y en la propia España, no anula la acción de la Justicia. Las armas se entregan y los procesos continúan. Si no pueden entregarlas solos, que lo hagan con la ayuda de los dirigentes y militantes de Podemos, que son muchos, jóvenes y fuertes, aunque bastante vagos. Pero el Gobierno no puede ayudarlos en nada, porque de hacerlo estarían traicionando a los asesinados, a sus familias, a los heridos, a los secuestrados, a los extorsionados, a los amenazados y a todos los ciudadanos que han padecido, durante cuarenta años, la existencia activa de la banda terrorista. Traicionarían a centenares de millones de españoles con semejante ayudita.

Si Mayoral pide ayuda para que la ETA devuelva las armas, que Mayoral acuda a los «zulos» y cargue con las que puedan sostener sus brazos y su espalda. Las armas las tiene la ETA para matar. Si ha decidido dejar de hacerlo –que está por ver en el futuro–, que las entreguen los etarras y sus amigos. Pero en este caso, y sin que sirva de precedente, dejen en paz al Gobierno.