Alfonso Ussía

Décimos y un culete

La Razón
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Coincidí un par de años en la Tertulia de Luis Del Olmo con Ramón Cotarelo. Discutimos mucho sin faltarnos jamás al respeto. En aquellos tiempos Cotarelo era el defensor oficial de Felipe González, inteligente, culto y absolutamente sesgado. Hace años pasó por Podemos, y hoy está en el independentismo catalán. Fue profesor en la Complutense de Pablo Iglesias, y ha recordado en su columna del diario «El Mundo» el gran Santiago González el valor intelectual que el profesor concede a su alumno. «¿Va estando ya claro que este hombre, además de narcicista y prepotente, es tonto?».

Podemos se ha quitado definitivamente la careta y ha apostado por el independentismo. Le costará caro en el resto de España, y probablemente también en Cataluña. Es un problema que no me afecta y al que tampoco hay que darle excesiva importancia. Su recurso de la aplicación del 155 en Cataluña ante el Tribunal Constitucional, es por definición, ridículo. ¿A quién se le ocurre recurrir ante el Tribunal Constitucional la aplicación de un artículo de la Constitución, empleado además, en su más débil y educada interpretación e intensidad?

Lo cuento porque puede molestar a los independentistas, y todo lo que fastidie a esa gente a mí me divierte sobremanera. Hace unos días, cuatro senadores del Partido Popular coincidieron en la T-4 de Barajas. Semana cumplida y cada uno dispuesto a pasar el sábado y el domingo con sus familias. Uno de ellos, gran aficionado a la lotería, visitó el puesto de venta que la ONCE tiene en la T-4, ya superados los controles preceptivos. Y sus compañeros se sumaron a la brevísima expedición. Como es sabido, para el sorteo de la Lotería de Navidad están agotados todos los billetes que terminan en 155. Pero quedaban algunos décimos disponibles para el sorteo de la ONCE. En concreto, el 92155. Los senadores adquirieron los décimos sin dudarlo. Y al día siguiente, el del sorteo, los cuatro eran 100.000 euros más ricos. El número premiado fue el 92155, lo que demuestra que Dios premia a los buenos y castiga a los malos cuando los buenos son unos cachondos mentales.

Un amigo, tenedor de diez décimos de la Lotería de Navidad terminados en 155, está indignado. Según él, que habiendo sido premiada esa terminación en el sorteo de la ONCE, ha gafado el sorteo navideño. Creo que se equivoca. Los hechiceros, brujos y ocultistas coinciden en afirmar que el 155 es un número de suerte y fortuna durante el año, ya agónico, en curso. Y más aún, desde que Iglesias, el tonto según su profesor, ha recurrido la aplicación del artículo 155 ante el tribunal Constitucional por órdenes de Domenech, el besucón. Porque Iglesias, y lo lleva demostrando con perseverancia en los últimos tiempos, además de tonto –lo ha dicho su profesor– es gafe. No acierta ni una. Así opina Stijofós, el druida más conocido, visitado y prestigioso de la Baja Laponia: «Quien vacío de cualidades obtiene triunfos efímeros por la generosidad de los astros, está condenado a fracasar cuando su limitación intelectual aflora paulatinamente hasta convertirse en un montón de basura con apariencia humana. El que, por casualidad y sin fundamentos, se encuentra por fortuna ante una morsa y procede a cazarla, terminará siendo devorado por el hijo de la morsa, que previamente a la ingestión, le cepillará los dientes con menta helada». Las morsas –ignoraba ese detalle–, son muy partidarias de la higiene capilar y dental de sus víctimas depredadas.

El 155 reparte suerte y esperanzas. Es indiscutible. Y más desde que el tonto –según su profesor–, se ha acuclillado sin enagüetas, ni bombachas ni gayumbos, ofreciendo su culete a los separatistas. La monda lironda.