Partidos Políticos

Dejad que los niños vean a Kurosawa

La Razón
La RazónLa Razón

El catetismo ilustrado vive sus mejores horas. El caso es criticar. Si Rajoy lee el «Marca», malo, y si la princesa Leonor ve películas de Kurosawa, peor. La avalancha de recados en las redes sobre los gustos cinematográficos de la heredera al Trono retrata a una turba acomplejada y energúmena que se narcotiza con las repeticiones de «La que se avecina» y le molesta que le pongan delante del espejo de su propia ramplonería. Seguramente la mayoría de los abajo firmantes de la penúltima polémica tuitera no sabe quién es el director de «Los siete samuráis». En la época del UHF la televisión pública mimaba el cine clásico, y ahí pudimos descubrir esa parte de la cultura del siglo XX ya desaparecida para la mayoría. De Douglas Sirk a Nicholas Ray o los popes de la Nouvelle vague, el cine mudo y hasta a los clásicos indios como Apu. La turba odia. Y odia más lo que no conoce o no entiende. Luego engañan y aseguran que les encanta ver los documentales de la 2 que es el nombre en clave de «Sálvame». La ignorancia y la mala baba suelen hacer buena pareja de discoteca. No es cuestión de glosar la excelencia de Kurosawa como si estviéramos descubriendo América petulantemente. Es lo de menos. Si la princesa viera supuestamente a Truffaut ocurriría lo mismo. O disfrutas con un «blockbuster», que no está mal, o estás muerto.

Entiendo que se mezclan el rechazo a lo desconocido y a la consumidora, en este caso el símbolo del futuro de la Monarquía. Si los hijos de Penélope Cruz se embelesaran con Eisenstein la chanza se convertiría en alabanza y en ejemplo de buena educación. Y no digamos de las últimas lecturas de Pablo Iglesias, al que rogaríamos que nos hiciera un resumen en su discurso de la emoción de censura. Las revistas del corazón que uno se devora de la misma manera que a Amélie Nothomb recoge esta semana una imagen icónica de lo que es cierta España. Kiko Rivera duerme la siesta en una hamaca de Punta Cana. Despatarrado en posición casi fetal dorando al sol unos tatuajes imposibles. Una foto cañí como de resacón en Las Vegas. Dicen que es Punta Cana pero podría pasar por Alfredo Landa en la Costa del Sol. El populacho se ríe hasta de las ventosidades del personaje de las que se quejan los que alguna vez han compartido habitación con el vástago peculiar de Isabel Pantoja.

Esa España quisiera dormir en el Caribe de Curro y se vuelve gamberra con una niña que empieza a conocer los placeres de la cultura, ese espantajo para el que se pide presupuesto cuando el kilo de Kurosawa sale barato y no está reñido con «Bob Esponja», la cima animada de la transgresión contemporánea. Entre los Calamardos hispanos, aguafiestas congénitos, que dan la brasa con el ceño fruncido, y la avaricia de los señores cangrejos que pasean por la Audiencia Nacional, aquí no hay quien viva. Dejen pues en paz a la princesa que sueña en su fondo de Bikini.