Alfonso Ussía

Del cañón a la Gran Vía

La Razón
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Un muy ilustre abogado ya fallecido, inteligentísimo, catalán y gran vividor, pasaba los veranos en su preciosa casa, situada en una atalaya que dominaba una cala de la Costa Brava. Un cliente insolvente redujo su deuda con el letrado entregándole un cañón de artillería de principios del siglo XX, cañón que fue instalado en la terraza de su chalé. El cañón no disparaba proyectiles, pero soltaba unos zambombazos de pólvora tremebundos. Tenía un singular sentido de la hospitalidad. Para él, demostrar el caos que su cañón producía era una prueba de respeto hacia sus invitados.

El ilustre letrado contemplaba el espectáculo de la cala en plena ebullición de barcos, pirauchos, bañistas y practicantes del esquí acuático. Cuando consideraba que la playa y la costa estaban en el momento culminante del día, ordenaba a su mayordomo, de origen marroquí: «Mustafá, prepare el cañón». En la playa y la cala, los bañistas disfrutaban de los discutibles placeres del baño, y en los barcos se servían los primeros aperitivos. Entonces el cañón producía el estrépito. Los que hacían esquí se pegaban unas tortas descomunales, los niños corrían hacia sus padres llorando, las bandejas de los aperitivos caían sobre las cubiertas de los barcos, y el ilustre letrado se ahogaba con sus carcajadas. Lloraba de risa. «Nada hay más divertido que crear el caos entre esa gente tan absurda».

Desde la terraza alta de la Tarta de Cibeles que hoy alberga al ayuntamiento de Madrid, se aprecia perfectamente la bifurcación de Alcalá y la Gran Vía. La Gran Vía de Madrid, en chaparrete, es lo más parecido que tiene la Capital de España a la Quinta Avenida de Nueva York. Además de comercial, la Gran Vía es, como La Castellana, desahogo y salida del tráfico madrileño. Creo que la alcaldesa pudo ser una de las invitadas que tuvo la suerte de presenciar el caos del cañón de Pedrol Rius, que al fin me atrevo a identificar al ilustre letrado. Y que ha decidido mejorar aquel caos efímero con un caos permanente. Ella se troncha a carcajadas en la terraza mientras contempla una circulación paralizada, un guirigay de bocinazos e insultos, conductores que abandonan sus coches y se dirigen airados a los pobres agentes de tráfico, llamados ahora de Movilidad, de una movilidad que no se mueve, lo cual no deja de constituir un despropósito. Porque Madrid, clausurada una de sus venas más caudalosas, se ha convertido en este mes de diciembre en una ciudad cabreada, arisca y caótica. Y para mí, que tan sádico nivel de molestias ciudadanas, le hacen reír a la señora alcaldesa y a sus ediles, que están autorizados a circular por la Gran Vía prohibida para todos los demás. Práctica muy estalinista. Yo prohíbo siempre que la prohibición no me afecte.

Los comerciantes han abandonado su prudente silencio y se muestran indignados. Muy pocos viandantes utilizan la calzada para pasear. Los aparcamientos apenas trabajan, y el caos aumenta cada día. Las tiendas de la Gran Vía y sus alrededores están perdiendo las mejores ventas del año, siempre coincidentes con las fiestas de la Navidad. Y según parece, no hay intención de rectificar. A lo hecho, pecho, y si nos hemos equivocado, que se fastidie la ciudadanía. A todo esto, los socialistas de Carmona y la Causapié, mantienen su apoyo a Podemos con el acuclillamiento que caracteriza al PSOE madrileño.

Madrid está cerrado. El año que viene clausurarán la circulación de la calle de Serrano. Desde el punto de vista táctico, es la mejor manera de entorpecer las Fiestas de Navidad, que por su significado religioso, tanto les molestan. Y ellos, tronchados de risa con la contemplación del caos. Lo de Pedrol duraba menos y era mucho más gracioso.