Agustín de Grado

Demagogia sin fronteras

Hasta marzo de 2013, apenas 68 inmigrantes habían saltado la valla en Melilla. Más de 1.000 lo han hecho en el mismo período de 2014. Es el resultado de la demagogia vomitada desde que 15 personas fallecieran en una tragedia que sirvió para criminalizar a la Guardia Civil y a un Gobierno desalmado que disfrutaría disparando subsaharianos, como un negrero en los campos de algodón. ¿Eran los primeros ilegales que morían tratando alcanzar España? No. Por desgracia. Más de 1.000 lo han hecho los últimos años. Unos perdieron la vida en el mar. Otros en tierra, donde ya se utilizaba material antidisturbios para disuadirlos y donde una valla les separaba del paraíso. Con sus cuchillas asesinas también, instaladas por un gobierno socialista, sin que nadie se escandalizara entonces. Pero al grito de «las fronteras matan», de éxito asegurado entre la progresía bienpensante, esa izquierda golpista incapacitada para la oposición democrática, ha logrado el propósito de activar complejos y debilitar nuestras defensas. Las mafias lo saben. España sufre la ausencia de un acuerdo nacional en un asunto de Estado y aprovechan la oportunidad para acentuar la presión migratoria no con avalanchas de famélicos, precisamente.

El problema está ahora planteado con toda su crudeza. ¿Cómo defendemos nuestra frontera? ¿Cómo la defiende Europa, pues suya es también? Porque habrá que defenderla, salvo que aceptemos llenar el Continente de inmigrantes ilegales, con todas las consecuencias que ello acarrea si analizamos la cuestión sin utopismos infantiles. Putin se ha anexionado Crimea porque sabía, entre otras cosas, que la Europa acomodada no movería un dedo para proteger las fronteras de Ucrania mientras renuncia a defender las propias con la determinación que exige el amenazado flanco sur.