Ángela Vallvey

Democracia

La Razón
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Desde finales del siglo XX se ha extendido un fenómeno cada vez más poderoso: la necesidad de (casi todos) los regímenes políticos de presentarse ante el mundo como «democracias», aunque no lo sean en absoluto. Jamás la democracia había gozado de tan buena nombradía y popularidad, y pocas veces se había pervertido tanto el concepto y el sistema democrático. Hasta hace unas décadas, distintos regímenes políticos no tenían ninguna vergüenza en exponer su cara totalitaria o autoritaria. Nada detenía a un gobernante a la hora de practicar la dictadura, cuando no el despotismo y la tiranía más incruentos. Era la época en que proliferaron las «repúblicas democráticas», que no eran nada democráticas, precisamente. Antes de las primaveras árabes (del largo invierno árabe, digamos), por ejemplo, se recibía a dictadorzuelos exóticos en plazas occidentales del más rancio abolengo democrático con total desparpajo diplomático, siempre que tras la visita surgiera la oportunidad de cerrar buenos negocios. Hoy, sin embargo, se pueden observar los patéticos intentos de hacer pasar por democracias lo que no llega, en el mejor de los casos, a crepusculares satrapías populistas (por muy impopulares que fueren) de insidiosa corrupción institucionalizada, narcoestados abusadores, sistemas carcelarios que se proclaman utopías o violentas ensoñaciones decimonónicas que no son más que indisimuladas maquinarias codiciosas de poder que se perpetúan más allá de la muerte de sus líderes. Por doquier, los gobernantes más ridículos y opresores se visten el uniforme de demócratas y perpetran referéndums amañados que siempre ganan holgadamente, auto-confeccionan su constitución como un traje a medida, donde inscriben su afán de eternizarse en el poder, de legitimar su engaño ante el mundo avalando su tiranía con los votos manipulados de los pobres ciudadanos... Etc. En realidad, la democracia no es tendencia desde hace mucho. La directriz más poderosa es, al contrario, la tiranía disfrazada con urnas de mentira. El voto le sirve al tiranuelo para hacerse un ropaje de falso demócrata. Se demuestra así aquella sospecha de Judith Shklar de que la hipocresía y la crueldad son los dos grandes vicios de políticos que, en muchos casos, han llegado a hacer realidad la democracia como mentira perfecta, que a todos convence pero que a nadie engaña. Puede que, en general, a pesar de su alta aceptación y celebridad, la democracia esté en franca decadencia, cuando no en grave peligro. (Es mucha democracia para tan pocos demócratas, me temo).