Julián Redondo

Desatado

Dalmacio Langarica cruzó el coche delante del Tarangu para frenarle en una escapada. Fuente tenía entre ceja y ceja derrotar a Merckx, abatirle, humillarle; no analizaba los riesgos. Le hervía la sangre y lanzaba ataques desde la salida, sin más cálculo que el coraje y un corazón como el Stelvio de grande; no le arredraba la planicie infinita que tenía por delante, con la montaña demasiado lejos. Epopeya con tintes suicidas.

Descendiendo el Gavia en 1988, algunos ciclistas se orinaban las manos porque no podían frenar en medio de una nevada navideña y sobre una carretera helada. Otros aprovecharon la niebla para bajar escondidos en los coches. Van der Velde coronó primero y perdió 47 minutos en la bajada. Delgado llegó entelerido a la meta a 7 minutos de Breukink, el ganador, que no podía evitar el castañeteo de los dientes.

Gestas legendarias, hazañas de corredores que, como Martín Piñera, vivían encomendados a la escapada, y escapados como Contador, figura de otra época. Pinchó e intentaron rejonearle en el Mortirolo; puso banderillas negras a todos –Aru no se ha recuperado–, menos a Mikel Landa. Esperó, solo, como siempre. La ocasión, en el ascenso a Monte Ologno: montonera, avería y Landa detrás, cortado; Alberto arrancó a 45 kilómetros de la llegada para meter más de un minuto tras el descenso. Ciclismo de ayer, más corazón que cerebro. Adiós a las tácticas.