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Desde el 11 M

La Razón
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El ISIS ha declarado la guerra santa, su yihad, es una lucha mortal contra todas aquellas naciones consideradas infieles, es decir, las que no aceptan someterse al salafismo radical.

Lo han hecho con anterioridad y, desgraciadamente, es probable que vuelvan a hacerlo. Su modus operandi es letal y sencillo. La ideología yihadista es clara: formar células independientes, no permitir lazos con la organización, recibir instrucciones a través de determinadas publicaciones periódicas y atentar con celeridad a objetivos en los que sólo buscan ocasionar el mayor número de víctimas, poco importa la identidad de estas.

Por ello, se han convertido en prioritarios núcleos turísticos en los que es muy sencillo con pocos medios causar muertes de civiles de forma indiscriminada.

Desde los atentados de Al Qaeda, la maquinaria asesina de los radicales ha ido perfeccionándose. En Londres, atropellaron con un vehículo a los viandantes del Puente de Westminster, causando la muerte a 4 de ellos.

Poco después, un simpatizante del ISIS, mató con un camión robado a 5 personas en el centro de Estocolmo. Apenas habían pasado dos meses y de nuevo Londres sufrió otro golpe mortal. En el ataque terrorista de las Ramblas han vuelto a mezclar elementos de los que utilizaron en Niza y Berlín.

Se puede establecer una secuencia desde el 11S de Nueva York, por ello, es habitual encontrar en los días posteriores a un atentado estadísticas sobre asesinados y heridos por el radicalismo yihadista. Pero hay algo que los números no proporcionan, y es la tragedia que se ocasiona detrás de cada víctima.

Viví el horror del 11M muy de cerca, los informes de los servicios de emergencia y de la delegación del gobierno entraban en la alcaldía de la ciudad de la que era titular. Mi municipio está formado mayoritariamente por trabajadores y miles de ellos toman el tren de cercanías todas las mañanas, bien para ir a sus puestos de trabajo, bien a estudiar.

Aquel día, los asesinos de Atocha robaron la vida a 6 jóvenes de mi ciudad e hirieron a más de 20 de mis vecinos.

Alberto, Jose María, Juan Luis, Miguel y Abel nunca más se levantaron para ir a conseguir sus sueños: ser piloto, enfermero o tener hijos.

Ese día fue el primero de los peores de sus familias, que nunca más fueron las mismas. En las ciudades metropolitanas, prácticamente todos nos conocemos y fuimos viendo como el dolor dejaba sus huellas en el rostro de sus padres, como se apagaban las ganas de vivir de sus madres y como sus hermanos no recuperaron la sonrisa.

Alguna familia terminó por romperse, otras se encerraron en sí mismas, las más fuertes salieron adelante, pero con el corazón lleno de cicatrices.

Laura, la sexta víctima, fue ingresada en el hospital 12 de Octubre, donde le operaron de urgencia por presentar una grave pérdida de masa encefálica, aún recuerdo la impotencia de su hermano aquél día. Nunca salió del coma, 10 años después falleció en el hospital San José.

Esta es la dureza de la barbarie. Hoy sentimos una profunda fraternidad por todas las víctimas del atentado de Barcelona, también estamos al lado de nuestros hermanos catalanes, nos emociona cómo han reaccionado taxistas, camareros, médicos, policías, enfermeros y ciudadanos en general y nos damos cuenta de que su sufrimiento es el nuestro, como el nuestro fue el suyo un día.

Ninguna ideología ni interpretación religiosa puede dar amparo a eso. Esto no es sólo un problema de un Estado, es global y Europa debe afrontar la erradicación de este virus que mata y deja muchas más víctimas que las que aparecen en las estadísticas.